Djaniele Taylor, aficionada de 38 años del Chicago Sky, ejemplifica esta realidad. Su experiencia, como seguidora negra y queer, refleja un cambio notable en la atmósfera de los partidos. Después de disfrutar de una atmósfera “muy amigable con los queer, muy orientada a la familia, muy diversa” en temporadas anteriores, Taylor ha observado un aumento significativo en el precio de los abonos, más del doble desde 2022, coincidiendo con un cambio de ambiente que describe como “más oscuro”, con momentos de hostilidad inesperada.
Este cambio no es aislado. El incremento de la visibilidad de la WNBA, catapultado en parte por el debut de estrellas como Caitlin Clark y Angel Reese, procedentes de la NCAA, ha atraído mayor atención mediática, pero también un incremento preocupante del acoso y el abuso en línea.
La rivalidad entre Clark y Reese, alimentada por la narrativa mediática, ha exacerbado la situación. Amira Rose Davis, profesora de la Universidad de Texas-Austin, señala que esta dinámica, con sus matices raciales (Iowa, predominantemente blanca, vs. LSU, predominantemente negra), ha aumentado el “compromiso y los números brutos de audiencia”, pero también ha “solidificado esos relatos” que, en muchos casos, derivan en acoso y abuso, a menudo con motivaciones raciales.
Ejemplos concretos ilustran la gravedad del problema. DiJonai Carrington, jugadora del Connecticut Sun, recibió un correo electrónico con insultos racistas, amenazas de muerte y agresión sexual. Su compañera, Alyssa Thomas, también compartió experiencias similares tras los enfrentamientos contra el Fever de Indiana. E.R. Fightmaster, del podcast Jockular, resalta que “Angel y Caitlin nos han dado una plataforma increíble para hablar de cómo tratamos a los deportistas negros y blancos de manera diferente en los medios.”
Aunque Caitlin Clark ha repudiado el discurso tóxico, la respuesta no ha sido suficiente para algunos. La comisionada de la WNBA, Cathy Engelbert, declaró al final de la temporada 2024: “No hay lugar en los deportes para esto”, prometiendo una acción multidimensional. Frankie de la Cretaz, escritor independiente, critica la falta de preparación de la liga ante este problema, algo que se podría haber previsto considerando el discurso previo en la NCAA.
Estudios de la NCAA muestran el alcance del abuso en línea hacia las deportistas universitarias. Durante March Madness, las jugadoras de baloncesto recibieron tres veces más amenazas que los jugadores masculinos. Lynn Holzman, vicepresidenta de baloncesto femenino de la NCAA, resume la situación: “Es muy emocionante… ver la mayor visibilidad… pero es extremadamente preocupante y decepcionante ver lo que ha venido con eso.”
El problema trasciende la WNBA. Un estudio similar sobre los Juegos Olímpicos de 2024 en París reveló que casi la mitad del contenido abusivo monitoreado estaba dirigido a mujeres deportistas con comentarios racistas y sexistas. La boxeadora argelina Imane Khelif, ganadora de la medalla de oro, sufrió comentarios de odio y falsas acusaciones sobre su género. Fightmaster explica: “La gente quiere una oportunidad para deslegitimar a mujeres exitosas… si eres una boxeadora exitosa y no pueden encontrar nada más de qué quejarse, van a decir que eres demasiado masculina para pelear.”
El debate sobre la participación de mujeres transgénero en los deportes femeninos añade otra capa de complejidad. Demandas contra la NCAA, prohibiciones estatales y la polarización del tema ilustran la magnitud del reto. La situación actual en la WNBA refleja una disonancia: la celebración de los éxitos deportivos coexiste con la persistencia de desigualdades, incluyendo diferencias salariales, calidad de instalaciones y el preocupante aumento del acoso online.
Cheryl Cooky, profesora de la Universidad de Purdue, concluye con una reflexión contundente: “Es deshonesto… que celebremos el auge de los deportes femeninos pero sin abordar las formas en que estamos tratando a las deportistas de manera diferente.”