Entre bambalinas, antes incluso de que las cámaras de televisión captasen la atención del mundo, se escribía ya una historia de triunfos y resiliencia. La entrega de los Grammy Latinos, en su edición de este año, fue escenario de momentos inolvidables, especialmente en las categorías dedicadas a la música latina.
Una de las sorpresas más emotivas llegó con la victoria de Rawayana, el grupo venezolano que se llevó a casa el Grammy al mejor álbum de rock o música alternativa latina por su disco “¿Quién trae las cornetas?”. Este triunfo adquiere una relevancia particular si consideramos el contexto. El año pasado, la banda enfrentó una dura controversia a raíz de su canción "Veneka", que generó fuertes críticas por parte del presidente Nicolás Maduro, obligándolos incluso a cancelar varias presentaciones.
El vocalista, Alberto "Beto" Montenegro, no pudo contener las emociones al recibir el premio. “Levantemos la cabeza con orgullo... Ser venezolano es lo más arrecho del mundo entero”, expresó con la voz llena de emoción, dedicando el galardón a su país. Su grito de celebración, “¡Los Rawas acaban de ganar un Grammy americano! ¡Que viva Venezuela!” resonó con fuerza en el recinto.
Pero la noche no se quedó ahí. La alegría continuó con el reconocimiento a Tony Succar y Mimy Succar, un dúo familiar que demostró la magia de la música intergeneracional. Madre e hijo se alzaron con el Grammy al mejor álbum latino tropical por “Alma, corazón y salsa (Live at Gran Teatro Nacional)”. Un premio que refleja la vitalidad y la diversidad del panorama musical latinoamericano.
Más allá de los premios individuales, la ceremonia dejó una profunda huella. Fue una noche llena de contrastes, sí, pero también una poderosa muestra de la capacidad de los artistas latinos para superar adversidades y transformarlas en fuentes de inspiración. Una oda a la perseverancia y el orgullo latino.