Millie Bobby Brown y David Harbour, quienes formaron la dinámica padre-hija dentro de la serie Stranger Things, comparten una historia que se remonta a cuando la actriz tenía apenas 11 años. Desde entonces, el actor de 50 años se ha descrito a sí mismo como un “paraguas protector” para la joven, mientras que Millie la ha llamado una figura parental que la guiaba fuera de la pantalla. Este vínculo de cuidado y cercanía se vio reflejado en sus interacciones en el set, donde la relación entre la actriz y el director de la serie se volvió casi familiar.
Al parecer, antes de que comenzara la filmación de la quinta y última temporada, Millie presentó una queja formal por acoso y bullying contra Harbour. Según el Daily Mail, la denuncia no incluía acusaciones de conducta sexual, aunque sí se mencionó un flujo de “páginas y páginas de acusaciones” que desencadenó una investigación de varios meses. La representante de la actriz estuvo presente durante la producción, mientras los representantes de Netflix y del propio Harbour no dieron respuesta a las solicitudes de aclaración.
La historia de esta relación ha sido narrada en diversas entrevistas. Harbour ha señalado que, de manera inicial, buscaba preservar la esencia del personaje de Hopper para los jóvenes actores, adoptando un tono más serio y firme, pero que con el paso de las temporadas la dinámica se volvió más “familia” y “mentor”. Por su parte, Millie ha afirmado que la relación con Harbour le brindó un entorno seguro y que él la protegía, incluso sobre su vida romántica.
En los paneles y entrevistas públicas, ambos actores han mantenido la descripción de una relación parental, con Harbour describiendo su papel como “protectivo” y Millie expresando que los considera “padres” en su vida. La conversación sobre la influencia de la fama y el cuidado de la juventud ha sido un tema recurrente, resaltando la importancia de la madurez y la responsabilidad en el entorno del entretenimiento.
Este episodio, que se desenvuelve en la intersección entre la creación artística y las responsabilidades personales, abre un debate sobre la protección de los talentos jóvenes y la necesidad de protocolos claros en la industria del cine y la televisión. La situación, aún en evolución, invita a la reflexión sobre los límites y las obligaciones que surgen cuando la vida real y la ficción se entrelazan tan estrechamente.
