Hermosillo
El teatro de la Casa de la Cultura se convirtió en un lugar de recuerdos de la infancia.
Los silbidos evocan la infancia, la adolescencia. El barrio, el callejón. Los días de patear balones, brincar la cerca, recibir el birote con frijoles que extrajo uno de los compas y rolarlo por la derecha.
En el Teatro de la Ciudad de la Casa de la Cultura ocurre la infancia, la lealtad y la traición, la intensidad de una cáscara de futbol, la reta breackdancera y pegarle con tuvo al contrincante.
Domingo de Un Desierto para la Danza y Moving Borders publica sus historias desde el cuerpo. Un regaderazo al cuarto día de festival, abrir los ojos, evocarse uno mismo, volver a la alegría que también nos construye una canción popular.
Nosotros es el título de la coreografía. Los intérpretes musicalizan con sonidos desde sus voces, y acompañan con movimientos corporales.
De pronto el escenario es un cuadrilátero, la cancha del barrio, el recurso más precioso para dar maromas y construir la sátira de una jornada sabatina de lucha que se transmite por televisión.
Ocurre aquí la espontaneidad, el deseo de la irreverencia, la imperfección. Jugar es la consigna, ejercer la danza por pasión y divertimiento. Romper los cánones, desenfadarse e involucrar a los espectadores.
Cuánta falta nos hace el esparcimiento, saber que asistimos una noche de domingo al teatro, en búsqueda de un discurso que nos enseñe la vida o nos haga encontrarnos con lo que somos. Anoche ocurrió. Porque en ese desparpajo del vestuario, en esa actitud de los bailarines, en esa habitual manera de mirar y decir nos supimos también como ellos: simples mortales que un día habitaron el barrio. Continúan allí y lo trasladan a donde quiera que vayan.
Nosotros es, cierto, el encuentro con la alegría de bailar una rola no clásica, un juego de video donde los personajes son de carne y hueso, y es también la vuelta de tuerca, la bipolaridad que a todos se nos presenta en el momento menos esperado.
La coreografía tiene esa magia de encendernos las emociones, de querer despojarse de la butaca, de levantarnos y bailar. Tiene también la capacidad de llenarnos de saudade, la nostalgia de lo que se aproxima: el reencuentro con la amistad que acto posterior será otra vez el extravío de los carnales que construimos el grito barrio.
Suena la nostalgia en el violín. Habita en el abrazo fraterno. La iluminación y el movimiento corporal como un gesto de amor.
Al final de la función las imágenes son un taladro que me conducen al callejón, allá donde miré también morir a mis camaradas, donde un día feliz me llené de tierra los bolsillos, donde las canicas inauguraron un nuevo sonido en mi existencia.
Best of you
La vida pende de un hilo y a merced del destino estamos en la vida. Hay, por ejemplo, la necesidad de expresar. Decir, sentir. Bailar y tocar. Hacer música. Confrontar.
Un piano es la caricia perfecta en la mirada. Las notas, el argumento para el deseo del cuerpo y sus movimientos. Un piano está. El sonido ídem. El escenario, el Teatro de la Ciudad, en Casa de la Cultura de Sonora, en el marco de Un Desierto para la Danza edición 22.
En este desierto se apersona La intrusa, compañía de danza que viene de España. Y en el escenario ocurre la luz, el movimiento, los sentidos del espectador que se disponen a actuar al contemplar la coreografía Best of you.
El silencio como un preludio. Los latidos del corazón se convierten en pauta, la cuenta regresiva para escuchar y mirar. De pronto la luz como un faro en el muelle, como el frontispicio de un tren que alumbra el camino a seguir. La próxima estación.
Y están allí, los cuerpos para darse. La música para sentirse.
Viene una y otra vez la reiteración del ejercicio del poder, la violencia como intrusa, la represión a las manifestaciones, el “no digas nada porque yo lo digo por ti”. No es de gratis que el bailarín, Damián Muñoz, montado en un vestuario nada rebuscado, intente coartar la interpretación de Clara Peya, quien es pianista y esta noche ejerce. Allí la creatividad, el cómo a partir del intento de censura se construyen los acordes de una pieza que se improvisa.
La manipulación, la confrontación, el deseo de una y otra vez construir los acuerdos. Porque la vida pende de un hilo, porque las relaciones se convierten en ese hilo.
A Virginia García, que es creadora, que es coreógrafa, que es dramaturga, que escribe el guión, que es personaje. A Virginia le intentan mutilar la voz. Y la metáfora, analogía, ilustración, está en la dificultad de la cercanía con el micrófono, el cual se vuelve cordón umbilical de la palabra.
No obstante la palabra se vuelca en versos, para decir y buscar los caminos del alivio. La vida pende de un hilo. De muchos hilos. La danza en este caso, es el hilo conductor, el lenguaje para decir la misma vida.