Demi Moore: De sex symbol a icono de lucha contra el edadismo

Demi Moore, en la presentación de La sustancia en el pasado Festival de Cannes, en mayo de 2024, me recibió con una sonrisa cálida y un chihuahua llamado Pilaf

Demi Moore: De sex symbol a icono de lucha contra el edadismo
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El pequeño can, de aspecto un tanto anémico, se acerca a olfatear al visitante. "Habrá sentido que tenía que ofrecerte algo que necesitabas", responde la actriz, consciente de los nervios de su interlocutor. Tras años en horas bajas, llega la hora de su regreso triunfal con La sustancia, un cuento moral que mezcla el body horror, subgénero del terror en el que el cuerpo sufre transformaciones grotescas, y la sátira sobre el sexismo de una sociedad obsesionada por las siluetas perfectas y el culto al Ozempic.

En la película, Moore es Elisabeth Sparkle, ganadora de un Oscar reciclada en presentadora de un programa de fitness, hasta que es despedida por ser "demasiado vieja". La solución: someterse a un tratamiento experimental y clandestino que la convierte en una joven de veintipocos, con glúteos firmes y senos perfectos, interpretada por Margaret Qualley.

El regreso de Moore, comparable al de John Travolta en Pulp Fiction o Mickey Rourke en El luchador, añade una capa meta al relato: ella también fue descartada por Hollywood y sabe lo que es la autodestrucción, como describió en una asombrosa autobiografía, Inside Out. Mi historia (Roca), publicada en 2019 y escrita junto a Ariel Levy, periodista de The New Yorker.

"Fue un rodaje muy duro. Hubo aspectos que me dieron miedo, porque la película me dejaba en una posición vulnerable, pero tiendo a buscar proyectos que requieran cierto coraje, que comporten un desafío", admite con su característica voz rasgada.

"No creo que represente toda nuestra cultura, pero sí transmite algunas verdades. Por eso resuena en el espectador", afirma Moore.

Su Elisabeth podría ser un signo de los tiempos, un símbolo de nuestra obsesión por la imagen corporal. La película habla de una fragilidad que compartimos todos los seres humanos, pero las mujeres han sido tratadas con mayor dureza.

"Depende de la dirección que tomen las cosas. La única constante en la vida es el cambio. Y yo quiero ser parte de ese cambio, en lugar de perpetuar siempre las mismas ideas", afirma.

La sustancia incluye guiños al cine de Brian de Palma y David Cronenberg, pero también cabe ver en ella una adaptación alucinada y sangrienta de Eva al desnudo o El crepúsculo de los dioses, películas que recuerdan que el edadismo siempre ha existido en Hollywood.

"Y no solo en Hollywood. El cine es un mundo más exagerado, porque el cuerpo es nuestro instrumento de trabajo y hay presiones respecto a nuestro aspecto. La cuestión es cómo lidias tú con eso. ¿Qué importancia le quieres dar?".

Tras reinar en Hollywood, fue apartada en tiempo récord.

"No me siento castigada, pero hice cosas para las que la gente no estaba preparada", afirma Moore. "Cualquiera que se atreva a ser pionero debe estar listo para las críticas"

Moore lo vivió en sus carnes en sus inicios, en un tiempo en que "los estándares de perfección física, sea lo que sea que eso signifique, eran más rígidos".

"Me pidieron que perdiera peso varias veces", admite. "Fue una experiencia humillante, pero el problema de fondo era la opinión que tenía de mí misma. Di demasiada importancia a mi delgadez. Creí que así se me consideraría mejor y más valiosa. Solo al liberarme de esas percepciones encontré la alegría. Como humanos, nuestro viaje en la vida consiste en aprender a querernos, a amar todas nuestras partes".

La sustancia habla, en realidad, de los maltratos que infligimos a nuestros cuerpos. Moore está de acuerdo:

"Ese es, para mí, el tema de verdad: la violencia que ejercemos contra nuestro físico, cómo nos hablamos a nosotros mismos en nuestra cabeza".

A ella, la presión de la industria le generó ansiedad y adicciones, siendo una joven actriz "sin guía ni anclaje, sin sentido del valor", criada por una madre alcohólica y bipolar que acabó posando desnuda en la prensa internacional cuando Moore estaba en la cresta de la ola.

Fichada como modelo de la agencia Elite y miembro fundador del Brat Pack con la película juvenil St. Elmo, punto de encuentro, acabó siendo una mezcla imposible de sex symbol y vecina de al lado. En los noventa, logró algo tan difícil como encarnar a la mujer moderna, capturar el espíritu de la época. Lo conquistó todo y lo perdió en tiempo récord. Descendió al infierno y luego volvió.

¿Cómo se explica esa acelerada caída en desgracia, con pocos precedentes en el cine reciente? Una hipótesis: una constante en su carrera durante los ochenta y noventa, en el pináculo de su gloria, fueron los proyectos de alto contenido sexual: tras el éxito mundial de Ghost, rodó Una proposición indecente, Acoso, Striptease y La teniente O’Neill, todas ellas muy gráficas y donde el verdadero protagonista era su cuerpo.

"Si retrocediera en el tiempo, una de las constantes sería que siempre me ha intrigado lo provocativo. No necesariamente en el sentido sexual, sino lo que provoca el pensamiento y genera preguntas", sostiene Moore.

Eran provocativas también en lo moral, tesis que la hace asentir: sus películas se preguntaban qué estaba bien y mal en un momento de grandes cambios en la política sexual. No es casualidad que otro de sus papeles de los noventa fuera Hester, la antiheroína de La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, a la que Harold Bloom calificó como la "Eva americana".

"Una mujer juzgada y castigada por amar", dice Moore.

¿Se sintió ella sancionada por representar la sexualidad en una América todavía puritana?

"No siento que me hayan castigado, pero hice cosas que resultaron desafiantes y puede que la gente no estuviera preparada para afrontarlas", responde Moore. "Por ejemplo, cuando me convertí en la actriz mejor pagada, que no solo cambió las cosas para mí, sino para todas las mujeres".

Habla de su annus horribilis, el punto de inflexión de su carrera: en 1996, obtuvo 12 millones de dólares por rodar Striptease, récord histórico para una actriz en el cine estadounidense. Pudo ser motivo de celebración en aras de la igualdad salarial. Fue todo lo contrario: la trataron de diva y de avariciosa (Gimme Moore, juego de palabras con dame más”, fue su mote del momento), mientras su entonces marido, Bruce Willis, cobraba 20 millones sin que nadie se inmutara. Su reinado terminó de golpe.

"No creo que fuera consciente, pero no se me quiso permitir esa victoria. Cualquiera que se atreva a ser pionero debe estar listo para enfrentarse a la negatividad o las críticas", se resigna. "Me tocó a mí, pero podría haber sido otra persona. No lo veo como algo negativo o malo. Es lo que es".

En realidad, Moore ve todos los desastres de su vida y de su carrera como oportunidades que le permitieron "mejorar", como expresa a través un sinfín de frases detrás de las que parece haber muchas horas de terapia. Antes de la pandemia se planteó dejarlo todo. Ahora no lo contempla: quiere ver qué crece de las semillas que acaba de plantar y seguir hurgando en sus heridas para conocerse un poco mejor.

"La única salida es hacia dentro", rezaba la enigmática última frase de su libro.

En la secuela de Los ángeles de Charlie, en la que interpretó un jugoso papel de villana mientras su carrera se desaceleraba, se despedía con otra aún más categórica, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla, trazando una línea recta perfecta.

"Nunca fui buena", decía. "Fui la mejor".

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