La velada comenzó con Jeder Baum spricht, una obra breve del compositor iraní-canadiense Iman Habibi, que refleja la frustración ante el cambio climático. Con cuerdas enérgicas y vientos burbujeantes, la pieza evoca la riqueza de la naturaleza, aunque su esencia se siente más ligera en comparación con la obra maestra que le siguió: el Concierto para Piano No. 1.
En los primeros compases, Payare logró extraer un sonido de cuerdas excepcionalmente suave, mientras que el pianista Javier Perianes ofreció una interpretación que se sentía casi despreocupada. Sin embargo, había una sensación de impaciencia compartida entre ambos, donde la música, en sus pasajes más veloces, parecía estar al borde de tropezar. A pesar de esto, la actuación fue luminosa y vibrante, y el encore de Perianes, Notturno de Grieg, sirvió como un recordatorio de su capacidad para crear momentos de calma y profundidad.
La atmósfera cambió con el inicio de la Symphonie Fantastique de Berlioz, donde el sonido sedoso de las cuerdas se convirtió en el tema central. La interpretación, llena de color y ritmo, no logró mantener la intensidad dramática en sus picos más altos. Payare, dirigiendo de memoria, se movía con libertad por el escenario, casi como un bailarín, acercándose al nivel de los músicos, lo que aportó una energía especial a la presentación.
En el segundo movimiento, la ubicación inusual del trompetista junto a las arpas resaltó la interacción de sus líneas melódicas, añadiendo un brillo especial al sonido general. El movimiento final, con campanas resonando en el fondo y un poderoso tambor de base, ofreció una atmósfera casi eclesiástica, mientras que el encore, Marche Hongroise de La Damnation de Faust, presentó una interpretación más directa pero igualmente vibrante.