No era una reunión cualquiera; era "Dave Day", un homenaje masivo al recientemente fallecido Dave Myers, uno de los icónicos "Hairy Bikers".
La ruta prevista, un largo viaje hacia Barrow-in-Furness, ciudad natal de Myers, prometía ser un recorrido emotivo. Si King, el otro integrante del dúo y mejor amigo de Dave, lideraría la caravana, un impresionante despliegue de solidaridad y cariño que pocos presentadores de televisión podrían igualar. El documental "The Hairy Bikers: You’ll Never Ride Alone" captura la magnitud de este evento.
La historia de los Hairy Bikers trasciende la pantalla. Se conocieron en Tyne Tees Television, Myers como maquillador y King como asistente de dirección. Su amistad, sellada con "pollo dhansak, cuatro papadums y tres pintas de cerveza", como recuerda King, fue la semilla de un éxito que duró dos décadas. No se trataba de simples presentadores, sino de dos tipos reales, con sus bromas, sus desacuerdos espontáneos y su genuina pasión por la gastronomía.
Su éxito radicó en la autenticidad. Nunca buscaron proyectar una imagen perfecta. Momentos cotidianos, desde un incendio accidental de un trapo de cocina hasta las discusiones amistosas, formaban parte de su programa. No seguían las reglas de la televisión culinaria, simplemente compartían su amor por la comida, explorando culturas desde las tribus nómadas más remotas hasta los chefs Michelin con igual entusiasmo. “Intercambios culturales de amabilidad y generosidad”, describe King estas experiencias, destacando el talento de Myers para plasmarlas en palabras.
El documental incluye algunas de las frases más memorables de Myers: desde su descripción de la cocina Maya como anterior "a que Cortés llegara con sus bares de tapas y sus clubes de flamenco", hasta su recurrente "un huevo será... un oeuf" y sus elaboradas comparaciones, como la que a King más le divierte: "sudando como un geordie en una prueba de ortografía".
Su amistad se extendía más allá de la televisión. King narra con ternura la boda de Myers con Lil, a quien conoció durante un rodaje. “¡Entra aquí, Kingy!”, gritaba Myers cada vez que se acercaba el fotógrafo. Lil confirma que todas sus fotos de boda son de los tres. Myers, en pantalla, era la personificación de la alegría: imitando un avestruz namibio, luciendo un traje de sumo tras una depilación con cera o zambulléndose desnudo en un lago helado. Su disfrute era contagioso.
En un alto en la carretera, una conmovedora escena resume el legado de Myers: un hombre de mediana edad, con gesto compungido, le dice a Lil: “¡Sentía que lo conocía!”.