La figura central de este complejo panorama es, sin duda, el propio Donald Trump. Su primer mandato se caracterizó por una política de "máxima presión" contra Irán, incluyendo medidas drásticas que dejaron una profunda huella. La retirada del acuerdo nuclear (JCPOA) en mayo de 2018, por ejemplo, marcó un punto de inflexión, desencadenando una cascada de consecuencias.
Entre las acciones más controvertidas de Trump se encuentra la imposición de severas sanciones económicas, dirigidas a estrangular la economía iraní. Estas medidas, aunque pretendían debilitar al régimen, afectaron significativamente a la población civil, un punto que no se puede obviar. Según el enviado especial de Estados Unidos para Irán en 2022, Robert Malley, “la política de máxima presión no logró frenar las actividades regionales de Irán, ni sus programas nucleares y de misiles.”
Pero la escalada de la tensión no se detuvo ahí. La designación del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) como organización terrorista en abril de 2019, un acto sin precedentes, agravó aún más las relaciones. Y el evento que, probablemente, marcó un punto de no retorno: el asesinato del general Qassem Soleimani en enero de 2020. Este acto, justificado por la administración Trump como una medida de defensa, provocó una ola de indignación en Irán y en gran parte del mundo.
Además de las acciones militares y económicas, Trump también intervino directamente en la política interna iraní. Su apoyo explícito a las protestas de 2019, a través de declaraciones y tuits, fue interpretado por Irán como una injerencia en sus asuntos internos. Este tipo de acciones, lejos de aliviar las tensiones, han sembrado desconfianza y alimentado la desconfianza mutua.
Ahora, con el regreso de Trump a la presidencia, la pregunta que flota en el aire es: ¿repetirá la historia? Sus declaraciones previas a las elecciones sugieren una posible apertura a la negociación, con la condición de que Irán garantice que no busca la proliferación de armas nucleares. Sin embargo, el pasado reciente sugiere que el camino hacia la distensión no será fácil.
Las opciones que tiene Trump sobre la mesa son complejas, cargadas de consecuencias imprevistas y con implicaciones geopolíticas de gran envergadura.