No se trata solo de calorías, sino de un intrincado juego entre la mente y el cuerpo, donde el estrés, la tristeza o incluso la alegría pueden ser los verdaderos "chefs" de nuestros hábitos alimenticios. Se descubrió que la conexión es mucho más profunda de lo que imaginamos.
El Dr. [Nombre del investigador de la Universidad de Barcelona, si disponible], líder del estudio en la Universidad de Barcelona, explica: "Es crucial diferenciar entre el hambre fisiológica, aquella que indica la necesidad real de energía, y el hambre emocional, que surge como respuesta a una emoción."
¿Cuáles son las diferencias clave? El hambre fisiológica aparece gradualmente, se satisface con cualquier alimento nutritivo y desaparece una vez que el cuerpo recibe los nutrientes necesarios. En cambio, el hambre emocional:
- Aparece súbitamente, disparada por emociones negativas.
- Crea un antojo específico por alimentos altamente calóricos y reconfortantes.
- Persiste incluso después de comer, generando culpa.
Este ciclo, según la Universidad de los Andes, se ve reforzado por la liberación de cortisol en situaciones de estrés, aumentando el apetito y los antojos de azúcares y grasas. Esta respuesta proporciona un alivio temporal, pero el sentimiento de culpa posterior perpetúa el círculo vicioso.
El estudio de la Universidad de Barcelona, llevado a cabo con universitarios, utilizó cuestionarios para analizar la relación entre hábitos alimenticios, emociones y bienestar. Los resultados revelaron una mejora significativa en los patrones de alimentación cuando los participantes prestaban atención consciente a sus emociones y decisiones alimenticias.
Más allá del simple acto de comer, la investigación destaca la importancia de la atención plena al momento de alimentarse, la planificación de comidas y la elección de alimentos saludables como estrategias para una relación más sana con la comida. La conexión entre intestino y cerebro, el llamado "segundo cerebro", es clave en esta ecuación, influyendo en la producción de neurotransmisores como la serotonina y afectando directamente nuestro estado de ánimo. Una dieta equilibrada, entonces, no solo nutre el cuerpo, sino también la mente.
El estudio deja claro que la relación entre la alimentación y las emociones es mucho más compleja de lo que se pensaba, invitando a una reflexión más profunda sobre nuestros hábitos y la forma en que gestionamos nuestro bienestar integral.