En el corazón de la escena estaba Wilson Velásquez, un hondureño de 38 años, padre de familia. Wilson, junto a su esposa Kenia Colindres y sus tres hijos, habían llegado a Estados Unidos hace dos años, buscando una vida mejor. Habían ingresado ilegalmente al país, pero trabajaban arduamente para regularizar su situación.
Kenia relata que su esposo ya contaba con un permiso de trabajo, número de seguridad social y una tarjeta de identificación. Trabajaba en un taller de llantas, cumplía con todas las citas migratorias y, según ella, "nunca tuvo problemas con la ley, ni siquiera una infracción de tránsito".
Wilson, al igual que otros migrantes en proceso de regularización, llevaba un grillete electrónico. Ese dispositivo, diseñado para monitorear su ubicación, se convertiría en el detonante de un suceso que sacudiría su vida. Mientras el pastor concluía su prédica, el teléfono de Wilson sonó, seguido por la vibración insistente del grillete. Al salir a atender la llamada, lo esperaban agentes de inmigración.
“Lo esposaron y se lo llevaron”, recuerda Kenia con la voz entrecortada. Los agentes alegaron que estaban renovando los grilletes, una excusa que para Kenia resulta insuficiente. La escena, presenciada por sus tres hijos en medio de la congregación, dejó una herida profunda.
El arresto de Wilson forma parte de una oleada de detenciones que superó las 957 personas en un solo día, según datos del ICE. Esta cifra se ha relacionado directamente con las políticas migratorias implementadas por el gobierno actual, que ha revocado las normas que protegían lugares como iglesias, escuelas y hospitales, considerados hasta hace poco como "santuarios".
Esta decisión ha generado un clima de temor entre la comunidad inmigrante, particularmente entre los latinos que buscan regularizar su situación. "Teníamos miedo, al ver los videos de cómo arrestaban a las personas había temor, pero confiábamos en Dios que a nosotros no nos iba a pasar. Y, de un día para otro, pues todo cambió", confiesa Kenia.
Más allá del caso específico de Wilson, la situación subraya el impacto de las políticas migratorias restrictivas en las familias y la vulnerabilidad de quienes buscan construir un futuro en un país nuevo. El silencio de la iglesia, una vez roto, ahora resuena con un eco de incertidumbre.