Los hermanos Menendez revelan abusos y sufrimiento en prisión tras tres décadas tras las rejas
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Hablamos de Erik Menéndez y Lyle Menéndez, sentenciados en 1996 por el asesinato de sus padres, José y Kitty Menéndez, en su mansión de Beverly Hills, una propiedad valorada en 5 millones de dólares. Un crimen que conmocionó al mundo y que, décadas después, sigue generando debate.
Tras más de tres décadas tras las rejas, en el Centro Correccional Richard J. Donovan, California, los hermanos han roto el silencio. A través del pódcast 2 Angry Men de TMZ, Erik, de 54 años, ha relatado una realidad desgarradora. “La prisión fue difícil para mí. Enfrenté mucho acoso y trauma. Era un ambiente peligroso,” afirmó, describiendo su experiencia como un constante acoso y violencia, exacerbado por su condición de "lobos solitarios", al margen de las estructuras de pandillas.
Su hermano Lyle, de 57 años, comparte una historia similar. Ambos estuvieron separados durante más de dos décadas, un aislamiento que profundizó su sufrimiento. Erik recuerda con dolor: “Recuerdo el día en que me dijeron: ‘Lyle acaba de ser agredido y le rompieron la mandíbula’. Pensé: ‘Él está allá, yo estoy pasando por esto aquí, y al menos podríamos protegernos si estuviéramos juntos, pero ni siquiera nos permitían estar juntos. Fue difícil”. Este testimonio pone en relieve la fragilidad humana ante la adversidad y las consecuencias del abuso.
El caso ha tomado un nuevo rumbo. Una audiencia clave el 20 de marzo podría determinar su resentencia, abriendo la puerta a la libertad condicional. Este posible cambio, impulsado en parte por la serie de Netflix Monsters: The Lyle and Erik Menendez Story y un documental, refleja un cambio de perspectiva sobre el impacto del abuso infantil y familiar en la conducta posterior. El cambio de fiscal de distrito en Los Ángeles, de George Gascón a Nathan Hochman, añade otra capa de incertidumbre a este complejo caso.
La posibilidad de que sean considerados "delincuentes juveniles", debido a sus edades al momento del crimen (Lyle tenía 21 y Erik 18), plantea preguntas cruciales sobre la justicia, la rehabilitación y la responsabilidad penal. La evolución en la comprensión del abuso y sus secuelas en la formación de la personalidad, se cruza con las demandas de justicia por un crimen que dejó una cicatriz profunda en la sociedad.
El futuro de Erik y Lyle Menéndez permanece incierto, suspendido entre la posibilidad de libertad y la sombra de un pasado traumático que continúa resonando.