El miedo a Trump reduce drásticamente los cruces en la frontera con México

En Sunland Park, Nuevo México, la situación en la frontera entre Estados Unidos y México es inusualmente tranquila. El número de cruces irregulares ha caído dramáticamente, marcando un mínimo histórico según cifras oficiales de marzo: apenas 7,100, una disminución del 92% respecto a diciembre de 2024. Este cambio radical se atribuye a las contundentes medidas implementadas por la administración Trump en su segundo mandato.
La clave no radica en un muro físico, sino en un muro de temor. El despliegue de 6,100 militares en la frontera, la cancelación de visas y la intensificación de la cacería de indocumentados dentro del país, han generado un clima de paranoia palpable.
“Tus hijos se pueden quedar aquí, pero tú no,” recuerda Cristina, una brasileña de 33 años, las palabras de los agentes del ICE que irrumpieron en su hogar en febrero. Cristina, madre de cuatro hijos, incluyendo una bebé de 20 días al momento del incidente, ahora porta un brazalete de rastreo GPS, monitoreada constantemente por las autoridades. Su lucha por permanecer en EE. UU., donde trabaja como mesera, se ha desvanecido; ahora espera los documentos para regresar a Brasil con sus hijos pequeños.
La situación es similar para Oriana, una venezolana de 30 años. Su esposo, Luis, se auto deportó a Venezuela para evitar la deportación, dejando a Oriana con sus tres hijos. Su vida ahora gira en torno a la preocupación y el miedo constante. “Nunca imaginamos volver a sentirnos como nos sentimos alguna vez en Venezuela, acosados,” confiesa.
El impacto de estas políticas se extiende más allá de las experiencias individuales. En El Paso, numerosos negocios cierran, afectados por la drástica reducción del flujo de personas que cruzan la frontera. Incluso los albergues para migrantes se encuentran prácticamente vacíos.
Al otro lado de la frontera, en Ciudad Juárez, la situación es similar. “Donald Trump,” responde concisamente el encargado de un albergue al ser preguntado sobre la razón del descenso drástico en el número de migrantes. Incluso aquellos que buscan llegar a Estados Unidos enfrentan desafíos abrumadores, como Eduardo, un joven guatemalteco que aún lleva las cicatrices de un tiroteo durante un intento de cruce.
La Casa del Migrante, un albergue administrado por la Iglesia, alberga ahora solo a unas pocas decenas de personas, un número ínfimo comparado con épocas pasadas. Muchos migrantes, desanimados por el clima de terror, preparan su regreso a sus países de origen.