Pero, ¿de dónde proviene esta colorida tradición? Mientras recorres los vibrantes mercados navideños, abarrotados de artesanías, te encuentras con cientos de piñatas de todas formas y tamaños, listas para alegrar las fiestas. Sus creadores, hábiles artesanos, las elaboran con materiales humildes: cartón, periódico y engrudo, dando vida a figuras que van desde las clásicas estrellas de siete picos hasta personajes de caricaturas. Dentro, una tentadora mezcla de dulces típicos mexicanos: naranjas, mandarinas, tejocotes, cañas… un festín para el paladar.
La versión oficial, según el Gobierno de México, señala al ex convento de San Agustín en Acolman, Estado de México, como el lugar de nacimiento de la piñata tal como la conocemos. "Hace más de 400 años, la primera piñata vio la luz", indica la página web gubernamental. La versión tradicional, una estrella de siete puntas, representa los siete pecados capitales, mientras que los dulces simbolizan las bendiciones que se reciben al vencerlos.
Sin embargo, existe otra fascinante teoría. Según el relato de Marco Polo en Il Milione, las piñatas, con formas de animales, tenían su origen en el Año Nuevo Chino. Esta tradición se extendió a Italia, y finalmente, llegó a México donde los frailes la adaptaron para la evangelización.
Más allá de su origen, la piñata se ha convertido en un elemento indispensable de nuestras festividades. El acto de romperla, con su mezcla de emoción y estrategia, une a familias y amigos en un momento de sana competencia y alegría compartida. El palo, símbolo de la lucha contra el mal, y la lluvia de dulces que cae, representando la recompensa por la perseverancia. Todo esto conforma un microcosmos de nuestra cultura, un elemento tangible de nuestras raíces.
Y aunque su apariencia pueda variar, desde las clásicas figuras de estrellas hasta las representaciones de personajes modernos, la esencia de la piñata permanece inalterable: un símbolo de unión, tradición y, sobre todo, de mucha alegría, que continúa brillando en cada celebración decembrina.