La figura central, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, se enfrentó a preguntas sobre la creciente concentración de medios en pocas manos y el preocupante fenómeno de la desinformación. Su respuesta, sin embargo, sorprendió a muchos.
Sheinbaum, citando la frase “la prensa se regula con la prensa” atribuida a Sebastián Lerdo de Tejada, defendió con firmeza la libertad de expresión. Argumentó que la censura es un mal mayor que la posibilidad de errores en un contexto de total libertad informativa. Destacó el empoderamiento ciudadano y el surgimiento de medios alternativos como contrapeso.
Pero este argumento, a simple vista progresista, dejó un regusto amargo. Algunos analistas criticaron la falta de propuestas concretas para abordar la concentración del poder mediático en manos de unos pocos. Se señaló la necesidad de un código de ética que prevenga la difamación sistemática, sin caer en la censura.
La situación se complicó aún más con la mención de una revisión por parte de la Secretaría Anticorrupción a un contrato cuestionable con una empresa de dudosa reputación. Esta revisión generó una evidente contradicción con la defensa de la auto-regulación de la prensa. ¿Cómo conciliar la defensa a ultranza de la libertad de expresión con la investigación de un caso de posibles irregularidades?
El debate, por lo tanto, se centra en un punto crucial: la libertad de expresión en México no está amenazada tanto por la censura como por la impunidad que permite la difamación y la manipulación sistemática de la información. La proliferación de medios alternativos, si bien es un avance, no parece suficiente para contrarrestar el poder de los grandes conglomerados mediáticos.
La complejidad del problema radica en encontrar un equilibrio entre la protección de un derecho fundamental como la libertad de expresión y la necesidad de prevenir los abusos que esta misma libertad puede generar. La discusión, sin duda, continuará.