El discurso presidencial, si bien hizo énfasis en la soberanía nacional y la independencia de México frente a las dos potencias, se centró en la solidez del T-MEC como eje de la relación económica con Estados Unidos. Se destacaron los crecimientos en las exportaciones mexicanas hacia ese país desde 2018, cifras que, aunque impresionantes, plantean una interesante paradoja.
“El T-MEC es el pilar de nuestra prosperidad económica,” parecía sugerir la narrativa presidencial. Sin embargo, ¿esta fuerte dependencia económica con Estados Unidos se alinea con la proclamada independencia total? Esta pregunta flota en el aire, especialmente cuando se considera la ambiciosa propuesta de expandir el T-MEC a toda América.
Otro punto clave fue la mención del Plan México, una iniciativa destinada a reactivar la producción nacional de bienes perdidos durante el periodo neoliberal. La idea, en teoría, promete un desarrollo económico independiente. Pero, ¿cómo se concilia este objetivo con la profunda integración económica con Estados Unidos a través del T-MEC? Esta aparente contradicción genera interrogantes sobre la viabilidad del Plan México a largo plazo.
Mientras que la alineación con alguna potencia fue descartada abiertamente, la ausencia de una estrategia clara para interactuar con China, salvo la mención de la renovación de tratados con Europa, es notable. La falta de un equipo de expertos analizando la situación geopolítica, como sugirió un asistente a la conferencia, añade una capa de incertidumbre a la narrativa oficial.
La presidenta Sheinbaum presentó una visión de la soberanía mexicana que, en la práctica, parece una estrategia pragmática. Una estrategia que prioriza la integración económica con Estados Unidos, sin renunciar completamente a la retórica de la independencia. Las implicaciones de esta postura a largo plazo en la capacidad de México para navegar con verdadera autonomía en el escenario global, permanecen abiertas a debate.