Nogales
Hace 31 años el albergue fue fundado por la familia Loureiro Esquer, sin pensar que llegarían a ser toda una gran institución.
Las notas de la canción Mixteca entonadas por un mariachi, hacen enjugar una furtiva lágrima corriendo por las mejillas de Juan Pablo, un migrante de Chiapas expulsado a esta ciudad por la patrulla fronteriza.
El joven chiapaneco de escasos 20 años, se retira hacia el fondo de los dormitorios del albergue “San Juan Bosco” que está de fiesta en este día por haber cumplido 31 años operando ininterrumpidamente.
Las notas musicales le llegan al fondo de su corazón, le tocan el alma, surgiendo la nostalgia acompañada de las lágrimas cuando escucha la frase: “que lejos estoy del cielo donde he nacido”.
No quiere hablar, es poco lo que dice, pero en sus ojos se refleja la tragedia sufrida en los últimos días: fue abandonado junto con un grupo de migrantes, por el pollero en medio de la nevada de la semana pasada.
Buscaron refugio en medio del desierto pero no lo encontraron, viéndose obligados a salir a un camino en donde fueron localizados por agentes de la patrulla fronteriza.
Tenían tres días perdidos en el monte, con poca agua y escasa comida, con una gran mochila cargada de ilusiones por alcanzar el sueño americano y con ello, mejorar las condiciones de vida de sus seres queridos.
“No, ya no voy a regresar, es muy duro el camino”, alcanza a pronunciar mientras se lleva a los labios una taza de chocolate caliente, luego se soba las rodillas hasta alcanzar los pies.
El silencio es elocuente mientras entrelaza con sus dedos visiblemente sucios, el vaso desechable conteniendo el líquido caliente, suspira profundamente inhalando el vapor.
Al fondo, el mariachi sigue tocando y Juan Pablo se lleva las manos a la cara, mientras busca el fondo de la cama para descansar, restablecer fuerzas y soñar con los suyos mientras musita: “ya no voy a regresar, ya no”.
Fecha significativa
El 31 de enero tiene un significativo especial para la familia Loureiro Esquer, quienes hace 31 años iniciaron su apoyo a los migrantes que llegaban a esta frontera, sin pensar que llegarían a ser toda una institución
Fundado en 1982 por don Francisco Loureiro Herrera, el alberge “San Juan Bosco” ya es un punto de referencia en el Norte del Estado, como una organización dedicada al apoyo de los migrantes.
“Pensamos que era una situación temporal”, recuerda don Francisco, pues en aquellos años llegaba mucha gente a esta frontera queriendo cruzar a los Estados Unidos, debido a los problemas económicos en el país.
En esos años eran muchos los ciudadanos, no solo mexicanos, sino centro americanos, unos huyendo de la crisis y otros de la guerra en sus países, en busca de cruzar la línea divisoria.
Eran pocos quienes les brindaban un apoyo a estas personas, a familias enteras, recuerda, quienes deambulaban por las calles unos en busca de trabajo, otros de alimento y los más, de abrigo y cobijo.
A lo largo de todos estos años, este trabajo “ha valido la pena”, expresa con satisfacción don Francisco Loureiro, quien junto con su esposa Gilda, han sido la piedra angular de esta institución.
Fue una iniciativa propia, al encontrar a tanta gente de venía a Nogales buscando llegar a Estados Unidos, recuerda don Francisco, así como de personas expulsadas del otro lado.
Una ocasión llegó a su negocio y encontró en la banqueta, a una familia desesperada por no tener qué comer, por lo que decidió llevarlos a una casa a medio construir, que tenían en la colonia Altamira.
Ahí fue cuando nació, cuando menos informal, lo que posteriormente sería el albergue “San Juan Bosco”, una casa que aunque tenía techo, le faltaban las puertas y las ventanas.
Esa noche, platicó con su familia, con su esposa, hermanos para organizarse de cómo atender a esos migrantes, a quienes con sus propios recursos les brindaron alimentación y un techo.
Luego le instalaron las ventanas y las puertas, para después conseguir cobijas y hacer llevadero el frío de ese tiempo, mientras a la iniciativa se le sumaban amigos que apoyaban diligentemente la causa.
“Las necesidades era muy grande, los mismos migrantes nos decían que en la estación del ferrocarril”, expresa, “cuando funcionaba, en los andenes había mucha gente y hasta se enterraban en la ‘arenera’ para mitigar el frío”.
Poco a poco se fue construyendo hasta lograr el objetivo de brindar seguridad, protección, dice, con vidrios, ventanas, con literas que algunas, todavía existen y brindan el servicio.
Motivo de unión
Esta labor que se echaron a cuestas, unió a la familia y a los amigos por más de 25 años, porque el flujo migratorio fue creciendo y hasta la fecha no ha disminuido.
En todo este tiempo han mejorado mucho las instalaciones, pues cuentan ya con capacidad hasta para 300 personas, contando con cocina, comedor, dormitorio para damas, hombres, niños y una capilla.
“Creo que nos ha ido bien y en todo este tiempo ha sido una gran satisfacción para nosotros”, agrega, “porque se le ha inculcado valores a la familia quienes han seguido con este trabajo”.
Muchas personas se han involucrado también con donativos, esperando seguir adelante en esta labor, pues el flujo migratorio no ha disminuido en todo este tiempo.
“La familia ha sido un valor importante y es algo que te deja satisfacción como padre”, sostiene, “porque inculcas valores y qué vean como se debe de tratar a la gente más desvalida y que vivan la humildad que viven los migrante”.
Lo más valioso ha sido es la humanidad, destaca, lo han comprendido porque todos se han involucrado en esta labor, una labor que alcanza ya 31 años, cuyo trabajo ha valido la pena.