México, DF.
El escritor creó un vasto universo literario cuya virtud fue hacer entendible para el mundo.
Gabriel García Márquez creó un vasto universo literario cuya principal virtud fue la de hacer entendible para el mundo la soledad y la complejidad de Latinoamérica, con una obra inspirada en leyendas, seres míticos y cantos vallenatos.
Su técnica narrativa, conocida como el realismo mágico, fue una de las corrientes literarias predominantes del llamado “boom latinoamericano”, como se conoció a la prodigiosa generación de escritores de la región que incluyó a figuras como el Nobel peruano Mario Vargas Llosa, el argentino Julio Cortázar y el mexicano Juan Rulfo.
Ganó el premio Nobel de Literatura en 1982 y su obra “Cien años de soledad” (1967) ha vendido más de 50 millones de ejemplares y se ha traducido a más de 40 idiomas. Su vasta obra incluye dos novelas de amor, “El Amor en los Tiempos del Cólera” (1985), “Del Amor y Otros Demonios” (1994) y “Crónica de una Muerte Anunciada” (1981).
Su vida transcurrió entre su pasión literaria, su trabajo de reportero y su discreto pero intenso activismo político de izquierda que lo llevó a admirar y a promover los logros de la revolución cubana, a servir de facilitador entre Estados Unidos y Cuba, a luchar, con sus armas de escritor, contra la dictadura de Augusto Pinochet y a promover un acuerdo de paz entre las guerrillas y el gobierno colombiano.
“Soy un hombre indivisible, y mi posición política obedece a la misma ideología con que escribo mis libros”, dijo en una columna publicada el 8 de abril de 1981.
La literatura le significó fortuna y prestigio y lo que él llamó “el asedio de la publicidad”. El periodismo y la política, o la percepción de que la ejercía, le trajeron incertidumbre, frecuentes críticas por su entrañable amistad con Fidel Castro. Se vio obligado a salir de nuevo de Colombia en 1981.
Salió por primera vez de Colombia cuando el diario “El Espectador” lo envió a cubrir una cumbre de mandatarios en Ginebra y decidió quedarse en París. Poco antes había escrito “Relato de un Náufrago”, un reportaje que narró la travesía durante diez días de Luis Alejandro Velasco.
Durante su vida pasó de comer sobras de un bote de basura en París o dormir una temporada en una casa de prostitutas en Cartagena a ser consultado por ministros y jefes de estado, en persona o por teléfono, sobre política y los conflictos sociales más variados.
Después del Nobel, García Márquez vivió como una celebridad entre la Ciudad de México, Cuernavaca, Barcelona, Bogotá y Cartagena, donde tenía casas o apartamentos en los que, según él, tenía un estudio similar para honrar su feroz disciplina de escritor, a la que consagraba las primeras horas del día, de 9:00 am a 2:00 pm, con el sólo propósito de escribir una buena página por jornada, y sólo una, después de minuciosas rescrituras y múltiples borradores.
Su universo literario tuvo origen en un remoto pueblo del Caribe colombiano, Aracataca, donde nació el 6 de marzo de 1927 y vivió una infancia feliz al lado de sus abuelos, Tranquilina Iguarán y Nicolás Márquez, el coronel de la Guerra de los Mil Días; un conflicto que culminó con la secesión de Panamá de Colombia.
Ambos, sin saberlo ni proponérselo inspiraron a dos de los personajes centrales de su obra: Úrsula Iguarán, la matrona sobre quien gravita las siete generaciones de “Cien años de soledad”, y el coronel Aureliano Buendía, el segundo de la sucesión familiar.
“Mi mejor fuente de inspiración eran las conversaciones que los mayores sostenían delante de mí, porque pensaban que no las entendía o las que cifraban aposta para que no las entendiera. Y era todo lo contrario: yo las absorbía como una esponja... y cuando se las contaba a los mismos que las habían contado se quedaban perplejos por las coincidencias entre lo que yo decía y ellos pensaban”.
Pero tuvieron que pasar más de 35 años para que se le iluminaran los personajes que lo maravillaron en su infancia y que quedaron condensados en la saga de los Buendía en “Cien años de Soledad”.
Ese momento de iluminación ocurrió cuando viajaban en automóvil desde la Ciudad de México a Acapulco junto con su familia y la del escritor mexicano Carlos Fuentes.
Fue un momento de inspiración, un acceso místico que sólo tuvo paz cuando el manuscrito llegó a puerto seguro en la editorial argentina Sudamericana dieciocho meses después y tras ser rechazado por al menos una editorial.
Fuentes narró ese momento de inspiración, del que fue testigo de excepción. “Lo miré y me asusté. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué irradiaba una beatitud improbable el rostro de Gabo? ¿Por qué le iluminaba la cabeza un halo propio de un santo? ¿Era culpa de los tacos de cachete y nenepil (carne de cerdo) que comimos en una fonda?”, dijo Fuentes.
“Nada de esto: sin saberlo, yo había asistido al nacimiento de ‘Cien años de soledad’, ese instante de gracia, de iluminación, de acceso espiritual, en que todas las cosas del mundo se ordenan espiritual e intelectualmente y nos ordenan: ‘Aquí estoy. Así soy. Ahora escríbeme’’’.
Logró créditos y nuevos plazos a los préstamos inicialmente contraídos que parecían imposibles, luego de haberse gastado los ahorros, vender un automóvil y todos sus electrodomésticos, incluido el teléfono. La familia sólo dejó para sí, como patrimonio inembargable, un secador de pelo que usaba Mercedes, la estufa y la licuadora que necesitaban para alimentar a sus dos hijos, pues el menor, Gonzalo García Barcha, había nacido hacía poco.
La pobreza había asomado otra vez por la casa de García Márquez, pero del hambre los salvaron las gestiones de Mercedes.