Y esta vez, la sorpresa llega desde el mundo del teatro, un universo que a veces se siente tan lejano como la galaxia más recóndita.
Hablamos de Sigourney Weaver, la icónica actriz de Alien y Avatar, que a sus 75 años se ha atrevido a debutar en el escenario del West End londinense. Su elección: La Tempestad de Shakespeare, una obra que se caracteriza por su complejidad y riqueza emocional. Una apuesta audaz, sin duda.
La producción, dirigida por Jamie Lloyd y con escenografía de Soutra Gilmour, se presenta en el Teatro Royal Drury Lane hasta el 1 de febrero de 2025. Las expectativas eran altas, alimentadas por el magnetismo de Weaver y la reputación del director, conocido por sus montajes visualmente impactantes como la actual producción de Sunset Boulevard en Broadway. Sunset Boulevard, por cierto, también destaca por la efectividad de su diseño visual, aunque con una interpretación considerablemente más potente.
Sin embargo, la puesta en escena de La Tempestad en Londres se percibe como más contenida. La dirección de Lloyd, si bien logra una atmósfera visualmente atractiva — con un uso magistral del sonido y la iluminación, y un escenario del Teatro Royal Drury Lane que Gilmour ha transformado en un paisaje misterioso con imponentes formaciones rocosas y telas que evocan la atmósfera de una película de ciencia ficción — parece restarle la intensidad emocional esperada a esta obra maestra. Se ha cuestionado si la producción logra transmitir la profundidad y la complejidad inherente a la obra de Shakespeare.
El atractivo de ver a una estrella de la talla de Weaver en un clásico de Shakespeare es innegable. Pero la pregunta persiste: ¿Será suficiente para cautivar a un público que quizás no está familiarizado con la obra, y a la vez satisfacer a los conocedores que esperan una interpretación más visceral?
El escenario, con sus imponentes estructuras rocosas y telas ondeantes, crea una atmósfera visualmente impactante, como si fueran paisajes de otro planeta. Sin embargo, la interpretación y la dirección en sí no alcanzan la misma magnitud, dejando una sensación de potencial no del todo explotado. Detalles que quedan en el aire, en el escenario de una producción que, a pesar de su apariencia, deja un sabor agridulce.