El epicentro del conflicto reside en un tuit publicado por la actriz Gala Montes. Su mensaje, dirigido al influencer Adrián Marcelo, incluía un GIF y una frase que rápidamente se viralizó: “Y al PU$$Y de John, el esquizofrénico, ya le cantaron el tiro derecho, de hombre a hombre, pero todos sabemos que es bien pocos huevos. La próxima vez que hables de mi cuerpo, acuérdate que te tocas todos los días pensando en mí”. Esta publicación generó una ola de críticas, especialmente por el lenguaje utilizado, considerado por muchos como machista y homofóbico, lo cual contrasta con la imagen pública de Montes, quien se autodefine como feminista y defensora de la comunidad LGBT+.
Pero la historia no termina ahí. A la controversia se sumó Alfredo Adame, conocido por sus peculiares declaraciones y su propia trayectoria de acusaciones de homofobia. A través de su cuenta en X, Adame criticó duramente a Montes, cuestionando su coherencia con un mensaje cargado de ironía: “¿Esta no defendía ser parte de la comunidad LGBT, promoviendo el lesbianismo, y ahora utilizando la palabra ‘gay’ para ofender a otra persona? Igualita que mi Maryfer Centeno todas pen…”, escribió. Esta intervención abre un debate paralelo sobre la autoridad moral de quien critica, y la dificultad de analizar la congruencia de figuras públicas con historiales marcados por la polémica.
Ante la avalancha de reacciones, Gala Montes ha mantenido un perfil bajo, limitándose a compartir publicaciones donde sus seguidores la elogian. Esta estrategia, sin embargo, no ha logrado calmar las aguas, dejando el debate abierto y polarizado en redes sociales. La situación refleja la fragilidad de la imagen pública en la era digital, y la complejidad de navegar el terreno movedizo de las opiniones en línea. Cada interacción, cada publicación, se convierte en una pieza más en el complejo rompecabezas de la reputación en internet.
El incidente resalta la importancia de la responsabilidad en el discurso público, especialmente en un entorno tan mediático como las redes sociales. La delgada línea entre la expresión personal y el impacto público queda una vez más en evidencia, mostrando la necesidad de una comunicación reflexiva y consciente de sus consecuencias.