Escapa afgana de matrimonio forzado a través del rap

México, DF.
Sonita se las arregló para rapear en secreto con la ayuda de algunos productores de música desafiantes.
Siendo refugiada de una familia musulmana devota, Sonita ha estado en Estados Unidos durante casi un año. Aunque las montañas de Utah se parecen al país que ella dejó atrás, la vida aquí es absolutamente diferente.
Aquí, ella se siente segura. No tiene miedo de los combatientes talibanes ni del bombardeo aéreo. Puede recibir una educación formal y aprender inglés, historia, matemáticas y música. Y, quizás lo más importante, puede ser soltera. Si su vida hubiera sido como su madre lo tenía previsto, ella dice que ya estaría casada, vendida al mejor postor.
“No me gusta pensar en eso”, dice la joven de 18 años con una pequeña sonrisa. “Huí de eso”.
Desde huir de la violencia en Afganistán a escapar del matrimonio forzado siendo una adolescente, Sonita —una mujer menuda, con cabello largo oscuro y unos ojos grandes y brillantes— irradia una tranquila confianza para alguien que ha tenido que huir de tantas cosas.
Sentada en su acogedor dormitorio, Sonita recuerda su juventud en Herat, creciendo bajo el opresivo mandato del talibán. Perseguida por los rostros cenicientos y las largas y disparejas barbas de los soldados talibanes, Sonita dice que siempre tuvo hambre de niña y siempre estuvo asustada. “Ellos eran horribles”, dice. “Todavía los veo en mis sueños”.
Ella recuerda el peligroso viaje de Afganistán a Irán... a dónde su familia huyó con la esperanza de una mejor vida. Ella dice que un soldado talibán le exigió dinero a su familia para que pudieran viajar de forma segura y amenazó con secuestrarlas a ella y a su hermana. Fue algo aterrador, dice. También fue la primera vez que se refirieron a ella como una propiedad.
De andrajos a rapeo
En Irán, Sonita profundizó en la poesía siendo una adolescente. Sin la identificación adecuada, ella nunca tuvo acceso a la educación formal, así que limpiaba baños en una organización no gubernamental para los refugiados afganos mientras aprendía los conceptos básicos para aprender a leer y escribir. Ella miraba videos musicales en la televisión para pasar el tiempo. En la comodidad de los estilos musicales del rapero iraní, Yas and Eminem, aprendió el estilo y ritmo lírico.
Sonita pronto comenzó a escribir sus propias canciones. Aunque ella luchó para encontrar un espacio en un estudio para grabar su música —cantar como solista siendo una mujer es ilegal en Irán si no cuentan con un permiso especial del gobierno— se las arregló para rapear en secreto con la ayuda de algunos productores de música desafiantes. Su determinación incluso llamó la atención del director de cine documental que comenzó a darle seguimiento a su historia.
Ella rapeaba sobre sus amigas, quienes frecuentemente llegaban a la escuela con sus rostros magullados y espíritus quebrantados luego de largas noches de discusiones con sus familias. Ellas les suplicaban a sus padres que no las vendieran, que no las casaran, que las dejaran decidir su propio futuro, dice Sonita. Pero sin lograrlo. Una a una, vio como sus amigas desaparecerían para casarse y tener hijos. “Niñas teniendo niños”, agrega.
En el 2014, la música de Sonita la dio a conocer al mundo. Desde Teherán, ella participó en un concurso financiado por Estados Unidos para escribir un himno a fin de llevar a los votantes en Afganistán a las urnas. Su video musical, el cual desafiaba a los jóvenes afganos para que lucharan por su país, fue el ganador y ella recibió un premio de 1.000 dólares.
Ella le envió el dinero a su madre, quien se había trasladado de nuevo a Afganistán. Sonita dice que su madre se sintió gratamente sorprendida al ver que su hija podía contribuir. “Ella entendió que puedo ganar dinero al igual que un chico”.
‘Hay un hombre, y él te está esperando’
Meses antes de que Sonita ganara la competición, en una estación de tránsito en Teherán, Sonita corrió hacia un gran autobús color gris, abrazó a su madre y se puso a llorar. Su madre, quien vestía un chador largo negro —una prenda tradicional que usan las mujeres musulmanas— también comenzó a llorar. Habían pasado tres años desde la última vez que se habían visto.
Pero la visita que Sonita pensó que era informal, resultó tener intenciones ocultas. Después de algunos días de su visita, su madre le dijo a Sonita, en ese entonces ella tenía 16 años, que debía regresar a Afganistán con ella. “Ella dijo: ‘hay un hombre, y él te está esperando”, recuerda.
El hermano de Sonita necesitaba una dote de 7.000 dólares para su futura novia. Su madre pensó que podría obtener 9.000 dólares al vender a Sonita en matrimonio.
“Le pregunté: ‘¿Cómo puedes vender a tu hija?’”, exclama. “Ella dijo que era la tradición en nuestro país”.
Devastada, Sonita respondió de la única manera que sabía: con una canción de rap. Con la ayuda de un cineasta iraní, hizo un video musical llamado “Hijas a la venta”. En ella, se usa un vestido blanco contra un fondo negro. Con moretones pintados y un código de barras en la frente, ella suplica ante la cámara que no la vendan y que la consideren más que un precio.
Ella publicó el video en YouTube, donde ya ha sido visto casi 75.000 veces.
“A la gente le encanta el video”, dice Akbar, también afgana. Realmente resuena y “ha sido compartido ampliamente entre las mujeres afganas”.