Nunca fue desconocido que a La Tigresa le gustaban mucho los lujos, y que su fortuna era suficiente para permitirse tener varias propiedades, así como ataviar sus hogares con muchos objetos decorativos que llaman la atención. A su vez, a lo largo de la vida de la actriz, se hizo de varios bienes cuyo valor suma muchos millones de pesos, por ejemplo, el famoso Teatro Fru Fru, ubicado en el centro de la Ciudad de México, y del que se hizo propietaria en 1975.
Irma Serrano radicaba en su casa de Chiapas, estado en el que nació el 9 de diciembre de 1933. En ese hogar, que compartía con algunos familiares, era posible ver parte de los gustos de la también actriz y vedette retirada. La Tigresa llegó a llenar su inmueble con sillas, mesas, lámparas, candelabros, estatuas, alfombras, chimeneas, pinturas, muñecas e incluso figuras de porcelana que son de un estilo propio del siglo XIX, con visos claros a lo barroco, a lo ostentoso.
Y es que el lugar en el que vivía Serrano era casi como un museo histórico. Y no es para menos, pues La Tigresa también se ha hecho con objetos que no solamente tienen un alto valor monetario, sino también cultural e histórico.
Prueba de esto no solo es el Teatro Fru Fru, cuya estructura data de finales del siglo XIX, sino también un antiguo piano que se quedó al interior de su casa de Reforma, en la Ciudad de México. Y es que la peculiaridad de este instrumento no es tanto por el tiempo que tiene de existir, sino por el hecho de que perteneció a Maximiliano de Habsburgo, el segundo emperador de México.
Según información de la revista Quién, además de ese piano, aquella casa de Reforma, que actualmente es un spa y centro de relajación, tiene un comedor que alguna vez estuvo entre los muros de Los Pinos, que antes era la residencia oficial de los presidentes de México.
Y si eso no fuera suficiente, algunos mosaicos que están en los pisos de la propiedad fueron extraídos directamente del Castillo de Chapultepec. Con esto se confirma que Serrano tenía una clara inclinación por la extravagancia, y que gustaba de hacerse con los objetos más peculiares que le fuera posible. Por algo es que, en su casa de Chiapas, se dice que dormía en la cama que perteneció a la esposa de Maximiliano, Carlota de Bélgica.
Algunas de estas pertenencias fueron regalos que algún amante le habría dado a la ex actriz, y prueba de ello, es que Gustavo Díaz Ordaz y ella sostuvieron un romance arriesgado, cuando el primero era aún presidente de la República. Si bien fue un secreto a voces por mucho tiempo, se sabría posteriormente que el ex mandatario no escatimaba en regalos caros y extravagantes para su amante. Además de las joyas y la cama de Carlota, Díaz Ordaz le dio otra cama: una dorada, con adornos en forma de cisne, que hoy forma parte de la exhibición montada en el Castillo de Chapultepec para ilustrar el siglo XIX.
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