El juicio, que tuvo lugar en marzo, reveló detalles escalofriantes sobre el incidente del 19 de marzo, cuando Carly Gregg, entonces de 14 años, disparó tres veces con un revólver Magnum .357 a su madre en su hogar. La fiscalía argumentó que la menor no mostraba remordimiento y no padecía problemas de salud mental significativos, por lo que solicitó una condena sin posibilidad de libertad condicional.
La defensa de Gregg, por su parte, alegó que la menor sufría una crisis de salud mental, presentando pruebas de que había asistido a una cita médica poco antes del asesinato, donde le redujeron la dosis de Zoloft y le prescribieron Lexapro, un nuevo antidepresivo.
Los testimonios durante el juicio también revelaron que Gregg había reportado pensamientos intrusivos y problemas para dormir. Sin embargo, el juez decidió aceptar la petición de la fiscalía y condenó a Gregg a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Además de la condena por asesinato, Gregg recibió una sentencia adicional de 10 años por manipulación de pruebas. La defensa había rechazado un acuerdo de culpabilidad que habría resultado en una pena de 40 años de prisión.
El caso de Gregg destaca los complejos temas de salud mental en jóvenes y las consecuencias legales de sus acciones. La sentencia, aunque busca hacer justicia por el asesinato, también pone de manifiesto la necesidad de una mejor comprensión y atención a los problemas de salud mental en los menores, especialmente en el contexto de la justicia penal.ado