Brandy, una cliente habitual de un restaurante de la franquicia Hooters ubicado en Colonie, Nueva York, buscaba más que solo disfrutar de las alitas de pollo. Aspiraba a formar parte del equipo, a ser parte de la familia Hooters. Sin embargo, sus sueños se vieron truncados por una barrera que, según ella, no tiene que ver con su experiencia laboral o su personalidad: su identidad de género.
Livingston asegura haber presentado su solicitud de empleo en tres ocasiones, sin éxito. En una entrevista con News10, reveló que en cada ocasión se encontró con un trato despectivo. "Usaban pronombres masculinos para referirse a mí, se negaban a reconocer mi identidad femenina", denunció.
El golpe final llegó cuando, en una de las entrevistas, le dijeron: "No importa la experiencia. Contratamos en base a la personalidad y a una imagen que debe cumplirse". Una frase que, para Brandy, no deja lugar a dudas sobre la discriminación que sufrió.
El caso tomó un giro aún más complejo cuando Livingston relató haber sido objeto de comentarios negativos sobre su uso del baño del lugar. Empleados y hasta un gerente cuestionaron su presencia en el baño de mujeres.
Tras la denuncia, la División de Derechos Humanos del Estado de Nueva York investigó el caso y determinó que había indicios de que sus derechos podrían haber sido violados.
La empresa Hooters, por su parte, ha negado las acusaciones de discriminación. Argumentan que Livingston fue advertida de no regresar al establecimiento debido a una conducta que algunos empleados consideraron inapropiada, como supuestos comentarios explícitos que habría hecho antes de su transición. Brandy, por su parte, ha negado estas acusaciones, asegurando que nunca tuvo la intención de ofender a nadie y que todo se trata de malentendidos.
Livingston, lejos de buscar una compensación económica, busca algo mucho más profundo: "Lo que realmente quiero es una disculpa. Sé que nunca la recibiré".