La respuesta, quizás inesperada para muchos, reside en los capibaras (Hydrochoerus hydrochaeris), también conocidos como carpinchos. Estos roedores, los más grandes del mundo, con un tamaño que puede alcanzar 1.3 metros de longitud y pesar hasta 50 kilogramos, están conquistando los corazones mexicanos. Su aspecto amigable, con sus patas cortas y membranas interdigitales que los convierten en nadadores expertos, los ha convertido en una sensación.
Originarios de Sudamérica, donde habitan en regiones húmedas como la cuenca del Amazonas y el Pantanal, estos animales semiacuáticos presentan un comportamiento social fascinante. Viven en grupos de 10 a 20 individuos, liderados por un macho dominante, colaborando en la búsqueda de alimento—hasta tres kilos diarios de pastos, hierbas y plantas acuáticas— y protegiéndose mutuamente de depredadores como jaguares, caimanes y anacondas. Su rol ecológico es vital: dispersan semillas y forman parte de la cadena alimenticia, regulando la vegetación de su entorno.
Pero, ¿qué hay detrás de su repentino auge en México? Más allá de su indudable encanto, su apacible interacción con humanos, documentada en varios videos virales, ha contribuido significativamente a su popularidad. Esta imagen de serenidad y convivencia pacífica ha conectado con una audiencia que busca momentos de tranquilidad y conexión con la naturaleza en medio de la vida urbana.
Su presencia se extiende más allá de las pantallas. Hoy en día, encontramos capibaras en toda clase de productos: desde peluches y tazas, hasta ropa y juguetes. Esta comercialización refleja la enorme aceptación de estos animales, transformándolos en un símbolo de ternura y bienestar que trasciende fronteras geográficas y culturales.
La historia de los capibaras en México es un ejemplo de cómo una especie, con sus características únicas y su rol en el ecosistema, puede cautivar la atención del público y convertirse en un fenómeno de alcance masivo. Una historia que continúa desarrollándose.