Buscando el placer de la lectura en estudiantes

Como profesor de literatura a nivel preparatoria me preocupa mucho la aversión a la lectura que viven mis estudiantes al inicio del semestre

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Como profesor de literatura a nivel preparatoria me preocupa mucho la aversión a la lectura que viven mis estudiantes al inicio del semestre. Para muchos ésta es sinónimo de castigo, trabajo, dolor de cabeza o resultado de una imposición del maestro. Algo que en definitiva no cabe en su tiempo libre, inclusive lo consideran completamente antagónico al ocio. No hay para ellos en esta actividad ni un chispazo lúdico.
Cuando les pregunto qué han leído para tener esa visión me dicen que en la secundaria los obligaron a leer el Quijote, la Divina Comedia y algún clásico griego. No cabe duda que estos textos son obras imprescindibles dentro de la literatura universal, son obras maestras y completas donde los autores han tenido el cuidado que merece toda obra literaria que trasciende a su época equilibrando el contenido y la forma estética.
Soy de la idea que tales obras maestras no son para un público sin un hábito de lectura ya estructurado. Siempre he dicho que el hábito de lectura es como el deporte o como ir al gimnasio. No inicias el primer día con una rutina de dos horas de ejercicio pesado, sino que vas agarrando ritmo y condición. Es un hábito gradual en tiempo y en intensidad.
En la educación primaria es poco común encontrar a un niño o niña que no guste de las lecturas en clase, de los cuentos que lee la maestra o el profesor, de los cantos, juegos de palabras, adivinanzas, trabalenguas, mitos indígenas y hasta fragmentos de El Principito. Entonces qué pasa. Llegan a la secundaria y se encuentran con textos complejos escritos entre quinientos, mil o dos mil años antes de su realidad, teniendo como obstáculo inicial el lenguaje, los conceptos éticos y filosóficos (que rara vez el maestro conoce, entiende o explica). No sólo terminan leyendo un texto que no eligieron leer, sino que este texto representa un reto y un alto nivel de dificultad lingüística osbtaculizando no solamente el gozo y el placer de la lectura, sino la comunicación en general, el mensaje mismo.
En gran parte depende de la capacidad y entrega de un maestro que da estos temas, la manera en que se le vende la idea de leer al alumno, de cómo se le muestre (y no dictamine) la importancia de la lectura y de estas obras.
El rechazo a la lectura, en la mayoría de los casos, germina en la educación secundaria.
¿Qué hago como profesor para encaminar de nuevo al estudiante en el gozo de la lectura? Regreso a los cuentos cortos, aforismos, a temas que les interesan, temas que entienden y viven, que reflejan su propia realidad, su problemática:  regreso a la historieta, la novela gráfica, a la literatura juvenil, al cine. Los invito a construir una opinión personal de lo que leen y a no esperar que el maestro les dé el texto ya digerido, regurgitado, porque de ahí viene la idea de para qué leo si el profe lo explica todo y lo que yo digo está mal”.  Les enseño que el profesor no tiene la verdad absoluta, que la literatura no es una ciencia, es arte, y por lo tanto aquí no siempre dos más dos es cuatro.
Para crear lectores que a mediano o largo plazo se interesen y disfruten a Cervantes, Quevedo, Shakespeare, Dante, Homero, Sófocles y Virgilio, debemos dar al estudiante herramientas para enfrentarse a una lectura, darle las reglas del juego (ayudarlos a identificar y clasificar elementos como narrrador, personajes y tiempo/espacio, en la narrativa, por ejemplo), pero también debemos ofrecerles la oportunidad de elegir su juego, su lectura, de disfrutarla y de forjarse una opinión propia defendida y fundamentada en sus argumentos.
Esta es a grandes rasgos mi receta para crear lectores lúdicos en la escuela… claro, con una sazón diferente y adaptable a cada estudiante, a cada grupo o generación. A final de cuentas no hay una receta fija y estática, ésta debe evolucionar porque crear lectores lúdicos es como hacer cocina de autor: cada quien le pone de su cosecha.
Promover el gusto por la lectura implica no dar direcciones, sino sugerir caminos; implica no servir un platillo sin preguntar, sino mostrar el menú. El primer paso es invitar al estudiante a que seleccione su propia lectura. Debemos entender que no hay malas lecturas, que inclusive esos libros que muchos consideran inferiores” o malos, son lecturas provechosas. ¿Por qué? Porque una lectura que disfrutaste te llevará siempre a otras lecturas, y es muy probable que el estudiante se vuelva por sí solo un lector cada vez más exigente, pero debe hacerlo a su ritmo y convicción.
Muchos piensan que aquellos libros que no pertenecen a la literatura universal, o no tienen un contenido temático abstracto o trascendental”, no valen la pena.  Pero un buen libro, una buena lectura, es aquella que nos deja, que nos dice algo y que nos invita a leer otro libro. Puede ser alguna biografía, un libro de cocina, una novela rosa, un libro de superación personal... en mi caso, las primeras lecturas que disfruté fueron las historietas de superhéroes, los cómics mexicanos de luchadores (de El Santo y Blue Demon, lo recuerdo bien); estas lecturas me condujeron a los libros del caricaturista Rius, para después animarme con las novelas detectivescas de Agatha Christie, las cuales me llevaron a García Márquez, quien me acompañó de la mano a la mitología y literatura griega (aunque todavía no sé cómo), para después regresar al final de la Edad Media y conocer ese ardiente infierno de Dante... y así sucesivamente.  
Entonces ahí entra el segundo punto: no juzgar las lecturas de nadie. Retomo el ejemplo de que el hábito de la lectura es como el deporte, ya que también para poder disfrutar una actividad física es muy importante elegirla correctamente. Cada deporte exige diferentes habilidades y fortalece el cuerpo de diferente manera.   

Al juzgar las lecturas de alguien más minimizas su esfuerzo y su placer como lector. Un buen lector debe abstenerse de juzgar las lecturas de otros y de aleccionar la interpretación de un texto si es que se leyó lo mismo pero se entendió y vivió de manera diferente.  
A final de cuentas, leer no te hace superior a nadie o mejor persona, el hábito de lectura simplemente te da herramientas que tú decides cómo usar en tu vida cotidiana, académica o laboral.
Hacer buenos lectores depende no de una visión paternalista, sino empática, porque no se trata de manejar, sino de ser buen copiloto.

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