Hermosillo
El diario “El Pueblo”, en su edición del 11 de mayo del año 1937, da una crónica muy valiosa de cómo fue el primer día en que la Catedral estuvo reabierta, luego de la persecución religiosa que se abatió sobre el país entre 1929 y 1937.
“Una hora después en que nuestro periódico salió ayer, con la noticia de que la Catedral sería abierta, y que tal cosa se haría saber al público con repiques de campanas, sonaron alegremente conmoviendo a toda la ciudad e inmediatamente se desprendieron, en caravanas, grandes grupos de personas de ambos sexos hacia la plaza Zaragoza y cuando llegaron, las puertas, con excepción de la del centro, estaban abiertas y las personas entraron a borbotones, apretándose, abriéndose paso con los codos y algunos simplemente abandonándose a la corriente que se desparramaba bajo las semi obscurecidas naves, después de pasar el quicio”, apunta la edición de aquel día y a continuación los siguientes párrafos del escrito que apareció aquel día:
Las primeras personas que entraron hacia el altar mayor, a ver primero como estaba, que era lo que había quedado, después del saqueo que llevaron a cabo, en la época del terror Callista, los desfanatizadores; otras cayeron de rodillas, apenas entraron y muchas, pero muchas personas, tenían los ojos humedecidos por las lágrimas, que limpiaban furtivamente; era la alegría de los sinceros y ardientes católicos.
Un buen número de señoras, señoritas y niños subieron al coro. Las campanas seguían sonando alegremente, sin interrupción, llevando a todos los confines, la noticia de la apertura de Catedral.
Instantes después, el órgano, el gran órgano, por mucho tiempo mudo, volvió a sonar. Se había sentado frente a él, una señorita, unos chiquillos le daban aire con el gran fuelle y surgió un himno religioso, en el que se oía como riternelo, el nombre de la virgen de Guadalupe.
Fue cantado el Himno Nacional y fue vitoreado el Gobernador. Después de aquel canto, el coro se obscureció, pues no le entraba luz por las claraboyas, siendo abandonado.
En la calle, seguía reuniéndose la gente y numerosos automóviles se habían estacionado en ambos lados, otros circulaban constantemente como en las noches de fiestas profanas. En el interior, la multitud iba y venía, escudriñando atentamente por todas partes, buscando las huellas de los profanadores. Unas cuantas velas habían sido encendidas en el altar mayor; algunas se veían ardiendo en las manos de las mujeres que iban y venían comentando: “de aquí se llevaron tal lámpara, de aquí se llevaron tal otra”. “Mira... apenas quedaron pedazos de alambre colgando de donde colgaron la alfombra, que se habían robado está en la sacristía. Se conoce que tuvieron miedo de que apareciera en su poder y como se la llevaron, la trajeron misteriosamente, lo que no aparece por ninguna parte, son las cajas de mosaicos, ni las bancas, ni muchas otras cosas”.
Pero lo damos de albricias -dijo una señorita- lo damos de albricias, nos conformamos con tener la iglesia.
Alguien quiso saber si podía alumbrarse la iglesia eléctricamente. Fueron a buscar los “switches” detrás de uno de los altares. Se habían robado los tapones y el medidor, seguramente había sido recogido por la empresa.
Preguntamos nosotros si faltaba alguna imagen y el grupo femenino a quien interrogamos, respondió casi en coro en sentido negativo. Las imágenes habían sido respetadas. Ni un cuadro había sido retirado de su lugar. Pero pinturas y todos tenían una gruesa capa de polvo finísimo que había penetrado de la calle por los intersticios.
Muchas personas creyeron que no iban a encontrar sino destrozos. Se impresionaron, gratamente, al enterarse de que se habían equivocado. Alguien nos llevó a un sitio fuera de las naves para enseñarnos un hacinamiento de objetos religiosos, procedentes de la Capilla del Carmen y recordamos como fue el cambio en un truck de la basura que fue dejando, por las calles, santos de yeso.
Cuando nos retiramos, vimos a una señora, toda de negro, arrodillada junto a un confesionario. No estaba del todo enterada, seguramente, de cómo estaban las cosas.
El cura estaba todavía muy distante y ella tendría que cargar, cuando menos por algunas semanas, con su arrepentimiento, antes de confesarlo.
Los católicos habían hecho la gestión reiteradamente con resultados negativos; pero insistían. Se había hecho ver al gobierno que la clausura obedeció a una orden arbitraria de Rodolfo Elías Calles, que ningún gobierno tenía obligación de respetar o mantener en pie.
Entró al fin la razón y como por una de tantas anomalías de aquella época, la llave fue a parar a la Oficina Federal de Hacienda, en vez de tenerla la Junta Vecinal, el gobierno contestó a los católicos por conducto de la citada Junta, que el nada tenía que ver con la cuestión de la Junta, que se entendieran con el jefe de Hacienda.
La noticia, corrió rápidamente; se reunió poco más de dos centenares de personas. Una señorita que habló con vehemencia y más hecha para la acción que para la contemplación de las estrellas, aconsejó obrar. “Nada de esperar, ya nos han jugado mucho tiempo el dedo en la boca. Vamos a abrir la Iglesia y a meternos”. Y diciendo y haciendo, vencidas las dificultades del escalamiento, o Dios sabe por dónde, empezaron a repicar las campanas y minutos después, se abrían, por dentro, las puertas y entraba la multitud como si hubiese tomado una fortaleza por asalto.
Una orquesta, llamada por algunas señoras, había estado tocando en la banqueta; pero las melodías, que doman a las fieras, no enfriaron el ímpetu de aquella gente e hizo lo que han hecho en muchas otras partes del país, con mayor peligro y muchas mayores consecuencias.
Las señoras, estuvieron hasta cerca de media noche, las reemplazaron los varones para cuidar ¿qué? .Los varones se amanecieron, dándoles vuelta a la manzana donde está ubicado el templo máximo del Estado.
Pero fue un sacrificio tan espontáneo como inútil, pues no había ningún peligro. Se vio desde ayer en la tarde. La policía no intervino en lo más mínimo.
Durante el día, la Catedral ha seguido siendo visitada. Numerosas señoritas y señoras, se dedicaron a asearla secundadas por bastantes varones.
Algunas personas, a quienes preguntamos sobre el particular, nos dijeron que por lo pronto no habrá misa. Pero creen que esto será cuestión de pocos días, tantos cuánto puede durar el trámite que conforme a la ley tiene que hacerse y lo cual depende de la autoridad eclesiástica.
Hoy a las cinco de la mañana, nuevo repique de campanas se dejó oír. Fueron los guardianes que saludaron al día, todavía alborotados por el acontecimiento de la víspera, finalizaba el artículo de aquel 11 de mayo de 1937.