NUEVA YORK
Pone fin a casi ocho décadas sin título del tenis varonil británico.
Alivio. Andy Murray no estaba para las eufóricas celebraciones que se ven en los Grand Slams, esas de jugadores que se derrumban llorando en la cancha o brincan sobre las tribunas para abrazarse con un ser querido.
Murray se acaba de quitar un enorme de peso encima, amén de haber quedado fundido físicamente tras un partido al límite frente a Novak Djokovic.
La losa que cargaba era una larga espera 76 años sin un tenista varón británico ganase un título de Grand Slam. También los cuatro intentos fallidos previos en finales, que al amontonarse generaban una insoportable olla de presión.
Fue simple lo de Murray al conquistar el Abierto de Estados Unidos: soltó su raqueta, se cubrió la boca con las manos y al sentarse en su silla al costado se quitó las zapatillas mientras reflexionaba al fijar su mirada hacia el cielo.
“Es un momento en el que no estás triste”, contó Murray. “Estás increíblemente contento. Estaba algo incrédulo porque había estado tantas veces en esa circunstancias y sin poder ganar, lo cual te hace pensar si alguna vez se haría realidad”.