México, DF
Julieta Venegas no niega la cruz de su parroquia. La tijuanilla, como ella misma se nombra, acepta su pasión casi enfermiza por el mundo de los acordes, ritmos y sonidos en el que vive: “En la mañana, al despertar, lo primero que hago es poner música —dice en entrevista—. Luego, cuando me siento a componer, escucho música para inspirarme. En el estudio de grabación también. En el coche, en el taxi o cuando viajo en avión, lo mismo. Al llegar a la casa vuelvo a poner música y, en la noche, si no puedo dormir, me levanto a oír un poco más”.
Eso sí, la música con la que Julieta vive de manera cotidiana nunca es la suya: “Fuera del escenario jamás me verán escuchando mis propias canciones”. Sin embargo, aunque ella no cante ni escuche sus melodías, le complace que los demás sí lo hagan, sin importar la parte del mundo en que se encuentren. “Es fabuloso pensar que ahora mismo, en un pueblito perdido de Hungría, un chavito puede estar en su casa escuchando mis canciones o viendo mis videos por internet”, dice.
Ella, agrega, prefiere no cuestionarse mucho acerca de las descargas legales o ilegales de música en la red, “porque en el fondo lo único que quiero es que la mayor cantidad de personas escuchen mis canciones. Para ser honestos, no me planteo si mis discos los compraron o se los bajaron gratis, pues ya la industria encontrará la manera de resolver esos aspectos”.
La creadora de éxitos como De mis pasos, Andar conmigo, Eres para mí y Me voy, considera que internet —en particular las redes sociales—, “es una maravilla”. Además de que su trabajo está al alcance de toda la gente, dice, las nuevas tecnologías le permiten tener una retroalimentación directa e inmediata con sus admiradores.
¿Siempre has sido fanática de la música?
—Desde que tengo uso de razón. Siempre fui muy inquieta y curiosa por escuchar todo tipo de canciones. Cuando cumplí 16 años empecé a comprar discos como loca y poquito después hasta entré a trabajar en una tienda de discos. Compraba vinilos y CD de los artistas y bandas que me gustaban, o porque el arte de las portadas se me hacían atractivas.
—¿Por qué trabajabas en la tienda?
—Estuve como cuatro años en Wherehouse de San Diego. Yo vivía en Tijuana y tenía que cruzar diario la frontera. Vendía discos, promocionaba novedades, acomodaba anaqueles… hacía de todo. Lo que no me gustaba mucho era atender a los clientes pero, de ahí en fuera, era feliz en mi trabajo. Lo mejor era cuando llegaban a la tienda los discos de Caifanes, Soda Stereo, Charly García, Maldita Vecindad, El Tri y todas las súper estrellas del rock en español.
—¿En ese momento ya sabías que te dedicarías a la música?
—Sí. En esa época ya estaba en el grupo Tijuana No!, antes había estado en Chantaje y había musicalizado un par de obras de teatro. Tenía muy claro a lo que quería dedicarme. Es más, desde los 16 años, cuando estaba en la prepa, quería formar una banda y me salí de las clases de piano clásico. Sabía que quería vivir en el mundo de la música, pero jamás imaginé lo que vendría después.
—¿Te apoyaron tus padres?
—Mi papá es fotógrafo y mi mamá es como su asistente y la que organiza todo. Digamos que es la que manda. Mi papá, que como buen papá mexicano es medio conservador, me apoyaba al cien por ciento con el piano clásico, pero cuando entré al mundo del rock ya no le gustó.
—¿Nada?
—Nada, sobre todo desde que conoció a los de Tijuana No!, que eran todos unos personajes con sus melenas y vestimentas. Mi papá casi no me dejaba ir a cantar a las tocadas. Para poder salir con el grupo tenían que prometerle que no me iban a dar alcohol y que me iban a cuidar y que no nos meteríamos en problemas.
—¿Cómo has cambiado con el paso de los años?
—Mis razones para tocar y hacer música no han cambiado. En el fondo sigo siendo la misma “tijuanilla” que llegó al DF cargada de sueños e ilusiones.