Imágenes de un hombre joven, con la mirada llena de ambición, y un brillo especial en los ojos. Rafael, el padre de sus hijos, el actor que conquistaba escenarios con su talento desbordante. "Lo vi cuatro veces en año y medio", confiesa Adela, la voz entrecortada por la tristeza. La intensidad de las giras absorbía a Rafael, atrapándolo en un torbellino de emociones que le impedían disfrutar plenamente de la paternidad.
"Existe un problema de rechazo a la figura paterna, pero también lo hablamos mucho, no para que me perdone, para que se entere", explica Rafael Inclán, la voz cargada de arrepentimiento. Los años transcurrieron entre reproches y silencios incómodos. Rafael, el hijo mayor, creció con la sombra de la ausencia paterna, construyendo un muro de desconfianza que parecía impenetrable. "Era por necesidad de trabajo, de pago. Nos llevamos bien, yo le dije: ‘soy tu amigo, trátame como amigo porque te va mejor. Como padre no he sido funcional’", confiesa Rafael Inclán con una mezcla de dolor y resignación.
Con Joel, su segundo hijo, la historia fue aún más complicada. Joel, un niño tímido y observador, creció bajo el cuidado de su madre, mientras que Rafael Inclán se llevaba a su hijo mayor para vivir con él. "Un día Adela me dijo, un día que fui a verlos, me dijo: ‘ya no aguanto a Rafael’ (…), Joel se quedó con su mamá y yo me lleve a Rafael. Yo iba y llevaba el gasto, casi no me dejaba ver a Joel", relata Rafael Inclán. La distancia se convirtió en un abismo que separaba a padre e hijo, dejando a Joel en un limbo de soledad y confusión.
Un día, en medio de la vorágine de la vida, llegó una llamada que sacudió el mundo de Rafael Inclán. Su hijo mayor, Rafael, le dijo: "Joel quiere desaparecer, que no está a gusto, no se siente bien". Inquieto, Rafael Inclán se dirigió a la casa de Adela. "Aventé una piedrota, bajó Joel: ‘dime cuál es el problema’ y me dijo: ‘creo que tengo tendencias homosexuales’ y yo: ‘abrázame, qué bueno que lo dices. Si lo llevas a cabo bien, sino es tu problema, pero yo te amo, aunque no lo he demostrado. Cuenta conmigo’", relata el actor.
La confesión de Joel abrió una puerta hacia un nuevo mundo, un mundo en el que el amor incondicional y la aceptación eran los pilares fundamentales. "Joel luchó y dijo: ‘quiero esta opción’", continúa Rafael Inclán. El actor se sintió orgulloso de su hijo. Joel, con la valentía de un león, había desafiado las normas sociales para seguir su corazón. "Después de tantos años sigo estando orgulloso de Joel, muy orgulloso de cómo se maneja. Me ha demostrado que no tiene nada que ver eso con el comportamiento habitual, pero sí sufrí mucho de culpa. La culpa te mata”, reflexiona Rafael Inclán.
Adela, con la mirada llena de nostalgia, observa a Rafael Inclán. El tiempo ha transformado al actor, forjando en él una madurez que se refleja en su mirada. "Él fue un padre ausente, pero al final, logró entender a sus hijos", susurra Adela, con una sonrisa tenue. En el silencio de la sala, se escuchan los pasos de Joel entrando a la casa. Un hombre joven, con la mirada llena de seguridad y una sonrisa radiante. Él también se acerca a la mesa y observa las fotografías, con una mezcla de tristeza y orgullo. La nostalgia se apodera del ambiente, mientras los recuerdos se entrelazan con la esperanza de un futuro lleno de entendimiento y amor.