Cada año, en la víspera del Día de Muertos, un filme resurge de la memoria colectiva, evocando una atmósfera única que nos transporta a un México lleno de misticismo y tradición. Hablamos de "Macario", una cinta que no solo nos adentra en la historia de un campesino en su encuentro con la Muerte, sino que también nos lleva a escenarios que, por sí mismos, cuentan una historia
Dirigida por Roberto Gavaldón y protagonizada por Ignacio López Tarso, "Macario" (1960) se grabó en locaciones que parecen salidos de una leyenda. La película encontró su corazón en Taxco, Guerrero, un pueblo minero con calles empedradas, arquitectura colonial y montañas que le otorgaron un ambiente mágico y sombrío.
Las calles de Taxco, con su clima neblinoso y sus casas antiguas, reflejan fielmente la época virreinal. Las montañas y cuevas de sus alrededores fueron el escenario perfecto para las escenas donde Macario se enfrenta a la Muerte, creando una atmósfera de misterio y conexión con lo sobrenatural.
Pero la historia no se limita a Taxco. El Valle de Bravo, en el Estado de México, también formó parte del escenario cinematográfico, donde se grabaron escenas en la naturaleza que muestran a Macario reflexionando sobre la vida y la muerte. La atmósfera rural de este valle y sus bosques añaden autenticidad al relato, mostrando una cultura rural mexicana que se fusiona con la tradición del Día de Muertos.
"Macario", la primera película mexicana nominada a los Premios Óscar en la categoría de Mejor Película Extranjera, no solo es un referente cinematográfico, sino también una obra que honra las raíces de México. En cada Día de Muertos, "Macario" nos recuerda la compleja relación de los mexicanos con la muerte, la fe y el destino, inmortalizando los paisajes de Taxco y Valle de Bravo como lugares de culto para los amantes del cine y la tradición.