Dejando atrás el brillo y la vorágine de Hollywood, Pamela se refugió en la isla de Vancouver, un lugar que le permitió reconectarse consigo misma, lejos de las presiones y las expectativas que le imponía el mundo del espectáculo. "Fue una manera de realmente mirar mi vida y recordar quién era yo. No lo que otras personas me decían que era", confesó en una entrevista con la revista Women’s Wear Daily.
Sin embargo, su regreso a la isla no solo fue un viaje introspectivo. El cuidado de su padre, quien había sufrido un derrame cerebral, la llevó a instalarse en un pequeño pueblo llamado Ladysmith, donde encontró un espacio para sanar y reconectarse con sus raíces. "Fue como volver a casa. Tenía una relación muy estrecha con mi abuelo y su energía me rodea. Me enseñó cómo le hablaban los árboles", recuerda Anderson con nostalgia.
En Ladysmith, la vida de Pamela se ha transformado. Rodeada de naturaleza, se ha sumergido en un ritmo más lento y ha encontrado un nuevo sentido de bienestar. La sencillez y el valor de las cosas pequeñas la han reconfortado, recordándole la importancia de vivir en armonía con el entorno.
A pesar de la distancia física, Pamela mantiene un vínculo estrecho con sus hijos, Brandon Thomas y Dylan Jagger, quienes la visitan con frecuencia. Su hogar en la isla se ha convertido en un refugio donde la tranquilidad y la libertad se fusionan con la naturaleza y la compañía de sus mascotas.
Su vida lejos de las cámaras no se limita a la jardinería. Recientemente, protagonizó la película "The Last Show Girl", un papel que la ha catapultado de regreso al mundo del cine, mostrando un nuevo rostro de Pamela Anderson, una mujer que se enfrenta a los desafíos de la vida con madurez y seguridad.