Tras meses de recuperación por complicaciones post-cirugía, Raúl y su esposa, Suzette, se enfrentaron a una disyuntiva crucial. Los altos costos de vida en la Ciudad de los Ángeles, combinados con la incertidumbre laboral tras su prolongada ausencia, los obligaron a replantear su futuro. “Queríamos desacelerar, ir a un lugar donde la hipoteca y el seguro del auto fueran más baratos, donde, si necesitaba salir del negocio del cine, pudiera sobrevivir con un trabajo manual”, explicó Raúl.
Los Ángeles, la ciudad que lo vio crecer, donde conoció a Suzette – quien, por cierto, fue jefa de meseros en el Hard Rock Cafe – y el epicentro de sus ambiciones profesionales, se convertía en un obstáculo. El sueño hollywoodiense, con su brillo y glamour, chocaba con la fría realidad económica.
La decisión no fue fácil. Abandonar la ciudad que les había dado tanto implicaba dejar atrás una red de contactos, años de trabajo y un estilo de vida consolidado. Sin embargo, la necesidad de estabilidad económica y un futuro más predecible se impuso sobre la nostalgia y la incertidumbre del cambio.
La búsqueda de una nueva vida, lejos del frenético ritmo angelino, los llevó a Albuquerque. Una ciudad con un costo de vida considerablemente menor, donde la industria cinematográfica, aunque menos extensa, ofrece oportunidades, y donde la posibilidad de encontrar un empleo fuera del sector audiovisual se presenta como una alternativa viable. El cambio representa un nuevo capítulo en la historia de Raúl y Suzette, un giro inesperado que podría inspirar a otros a priorizar el bienestar y la estabilidad familiar por encima del brillo efímero del éxito en la industria del entretenimiento.