Hablando de personajes inesperados, la reciente partida de Howard Buten, a la edad de 74 años, nos deja pensando en la multiplicidad de una vida bien vivida. No fue una vida sencilla, ni lineal; fue, como él mismo, un “poema viviente”, según lo describió el escritor francés Claude Duneton.
Para muchos, Buten era Buffo, el tierno, torpe y silencioso payaso de nariz roja que llenaba teatros alrededor del mundo. La crítica lo comparaba con leyendas como Charlie Chaplin y Harpo Marx. Un talento innato que lo llevó a escenarios internacionales, cosechando aplausos y admiración.
Pero la historia de Buten no se limita al escenario. Paralelamente a su carrera como payaso, desarrolló una faceta profundamente humana y comprometida. Se dedicó a trabajar con niños autistas, obteniendo un doctorado en psicología para comprender y tratar mejor sus necesidades. Su labor no quedó en la teoría; ayudó a desarrollar terapias innovadoras y abrió un centro de tratamiento para estos niños, dejando una huella imborrable en sus vidas y en el campo de la terapia del autismo.
Y como si fueran tres vidas distintas, pero profundamente conectadas, también cultivó su talento literario. Su novela “Burt”, narrada desde la perspectiva de un niño de 8 años con problemas emocionales, aunque no tuvo éxito en Estados Unidos, se convirtió en un fenómeno cultural en Francia, vendiendo cerca de un millón de copias. Un éxito imprevisto que lo catapultó a la fama en el país europeo.
Así fue la vida de Howard Buten: una mezcla única de arte, compasión y dedicación, un testimonio de la capacidad humana para trascender las limitaciones y dejar una marca imborrable en el mundo, más allá de las etiquetas y las expectativas.