Migrantes en la frontera sur de México enfrentan crisis de salud crónica

Yamilet Cruz, migrante cubana, llegó con hernias en la columna vertebral después de un viaje que describió como "caminar sobre cristales". "Vine por medicamentos que en mi país no existen, pero aquí la ansiedad no te la quita nadie", confesó mientras ajustaba el soporte lumbar que le proporcionaron en un módulo de salud local. Su caso no es aislado: según datos de la Secretaría de Salud, en lo que va de 2025 se han atendido a más de 39 mil personas en contextos similares.
Los principales padecimientos que enfrentan incluyen:
Entre los pasillos del albergue Una Mano Amiga, el cubano Oscar Hernández muestra las pastillas que recibe gratis para su riñón único. "En La Habana esto costaría medio salario. Aquí me lo dan, pero ¿hasta cuándo?", cuestiona. Su compañero Juan, con diabetes e hipertensión, añade que los medicamentos son apenas un parche ante la incertidumbre migratoria.
Rossemberg López Samayoa, director de la organización, detalló cómo el endurecimiento de las políticas fronterizas estadounidenses ha dejado sin recursos a los programas de salud sexual para migrantes. "Antes llegaban pruebas de VIH, ahora llegan preguntas sin respuesta", lamentó. Pese a todo, médicos locales siguen improvisando soluciones con lo disponible, desde tratamientos para sífilis hasta terapia psicológica básica.
Las paredes desconchadas de los albergues guardan más historias que las autoridades pueden contar. Cada grieta parece reflejar la fragilidad de un sistema que intenta, no siempre con éxito, contener una crisis humanitaria que no entiende de fronteras ni de tiempos políticos.