Texas
Jesse Grado camina cautelosamente al lado de un soldador cuya obra emite un chorro de chispas y una cuadrilla de obreros que deposita grandes bloques de cemento, parte de la construcción de un puente sobre el río Bravo, en la frontera entre Estados Unidos y México.
El capataz de la escuadra señala hacia el abrupto final del puente: seis canales de asfalto 9 metros encima del río, que repentinamente dejan de existir en territorio mexicano.
De ahí en adelante todo es desierto, tierra abierta, y unas cuantas granjas.
Se suponía que para este mes el proyecto quedaría concluido, creando un masivo centro de trámites de inmigración y aduana que conformaría un cuarto punto de cruce internacional capaz de lidiar con el comercio que viene de Ciudad Juárez.
Las autoridades aspiraban a que el proyecto, a un costo de 96 millones de dólares, impulsaría la economía local, generaría la construcción de fábricas y aliviaría el tránsito de camiones, que actualmente se ven obligados a pasar por dos congestionados cruces entre Ciudad Juárez y El Paso.
Pero casi dos años después de la ceremonia para el inicio de obras, no se ha movido ni un balde de arena del lado mexicano. El gobierno mexicano no le ha asignado un presupuesto al proyecto y por lo tanto las obras están paralizadas, sin fecha de reanudación.
Entretanto, los camioneros locales no dejarán de usar los cruces establecidos, al menos hasta que surjan nuevas industrias en la zona, lo cual podría tardar años.
Los camioneros que transportan mercancía desde Ciudad Juárez dicen que usar ese puente les obligaría a manejar una hora hacia el este para llegar al cruce nuevo, y luego pasar otra hora regresando para descargar la mercancía en El Paso, Texas.
Hasta ahora, el poblado fronterizo de Tornillo no ha pactado acuerdo alguno con la industria. Lo que ofrece hoy en día son campos de algodón y alfalfa, panorama que se repite al otro lado de la frontera en Guadalupe, México.
Aun así, las autoridades locales esperan que primero hay que construir el puente y que las fábricas vendrán después. Como ejempl,o citan el cruce Santa Teresa, que fue construido 20 años atrás en Nuevo México, cuando esa zona era también remota.
Unos 15 años después de la apertura de ese cruce, se construyó un enorme parque industrial que incluye una fábrica de Foxconn y que está ubicado a cientos de metros de los puestos de inspección. Desde entonces han surgido otras compañías.
Las dos comunidades agrícolas han estado pidiendo desde hace 16 años que se construya el puente Tornillo-Guadalupe, para que pueda reemplazar a uno de madera construido en los años 20. Una vez completada la vía, el gobierno federal trasladará al personal de inmigración y aduanas al complejo adyacente de 47 hectáreas (117 acres).
En julio del 2011, funcionarios mexicanos y estadounidenses participaron en una ceremonia, con palas doradas y frondosos discursos en que prometieron un mejor futuro para las comunidades locales. César Duarte, gobernador del estado mexicano de Chihuahua, prometió que en dos meses comenzaría la construcción.
El Departamento de Transporte y Comunicaciones de México culpa por la demora a las elecciones del 2012, ya que hubo un cambio de liderazgo. La parte mexicana del proyecto sigue sin presupuesto, que podría ascender a más de 15 millones de dólares.
El Departamento de Estado, que está cargo del lado estadounidense del proyecto, admite que ha habido demoras pero remitió cualquier otra pregunta al gobierno mexicano.
Una vez concluido, el puente cumplirá las mismas funciones que los otros cinco cruces fronterizos en la zona de Ciudad Juárez, que actualmente administran el paso de más de 10 millones de automóviles, 700.000 camiones y seis millones de peatones cada año.
Pero no se sabe a ciencia cierta cuánto tráfico adicional pasará por Tornillo.