Samuel Mena Jr., un reportero gráfico de Arizona, se convirtió en el epicentro de un drama que trascendió las fronteras del activismo, desafiando las narrativas tradicionales y la propia esencia del periodismo.
Mena, con el rostro marcado por la angustia y la culpa, decidió expresar su profunda disconformidad con la cobertura mediática de la guerra en Gaza. La impotencia de ser un espectador pasivo ante el sufrimiento palestino lo consumió, lo llevó al límite. En un acto de desesperación, se prendió fuego al brazo, convirtiéndose en una antorcha humana que iluminaba la oscuridad moral que, según él, impregnaba la información que se difundía sobre el conflicto.
"¿A cuántos palestinos muertos permití que se los etiquetara como de Hamás? ¿Cuántos hombres, mujeres, niños y niñas fueron alcanzados por un misil respaldado por los medios de comunicación estadounidenses?", se cuestionó Mena en un escrito que compartió antes de su impactante acto de protesta. Sus palabras, revestidas de un dolor profundo y de una culpa lacerante, se convirtieron en un grito desesperado que resonó en la conciencia de quienes presenciaron el hecho.
El acto de Mena, lejos de ser un gesto de locura o un llamado a la violencia, fue un acto de denuncia, un grito de desesperación ante la impotencia de ser parte de un sistema mediático que, según él, perpetuaba la injusticia. Su inmolación, lejos de ser un acto aislado, se convirtió en un llamado a la reflexión, a la búsqueda de un periodismo más humano, más comprometido con la verdad, con la justicia, con la dignidad de todas las personas.