A pocos días de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales, se reveló un complot que remeció los cimientos de la política internacional. El FBI frustró un plan de asesinato a sueldo, dirigido a Donald Trump, que habría sido orquestado por Irán.
La información, que se hizo pública el viernes pasado, sacudió a la opinión pública y generó especulaciones sobre las posibles consecuencias de este audaz plan.
De acuerdo con la denuncia penal, un agente anónimo de la Guardia Revolucionaria de Irán dio instrucciones a un ciudadano afgano, identificado como Farjad Shakeri, para que asesinara a Trump. El plan se llevaría a cabo en septiembre, pero al no concretarse, se pospuso hasta después de las elecciones, pues se esperaba que Trump perdiera, lo que facilitaría su eliminación.
Shakeri, al ser contactado por el FBI, no solo admitió la existencia del complot, sino que también reveló los detalles del plan. Esto llevó a la presentación de cargos de conspiración para cometer asesinato por encargo y lavado de dinero.
El fiscal general Merrick Garland calificó a Irán como una "grave amenaza" para la seguridad nacional de Estados Unidos y aseguró que "no tolerarán los intentos del régimen iraní de poner en peligro al pueblo estadounidense."
Las declaraciones de Garland no hacen más que reflejar la gravedad del asunto. El plan de Irán no solo ponía en riesgo la vida de un líder político, sino que también vulneraba la seguridad del país.
La respuesta de Irán fue tibia, el presidente Masud Pezeshkian aseguró que no hay diferencias para su país sobre quién gane las elecciones estadounidenses.
Este incidente, sin duda, acentúa la rivalidad entre Estados Unidos e Irán, una batalla que ya es escenario de confrontaciones en el terreno político, económico y militar. Las repercusiones de este complot aún se desconocen, pero es claro que la tensión entre ambas naciones ha llegado a un punto crítico.