Mike Evans sufre lesión grave en hombro y conmoción cerebral durante partido de los Buccaneers

No fue un choque violento. No hubo contacto directo. Solo un giro, una mano extendida, y luego, el cuerpo se rindió antes que la mente.
Lo que siguió fue una escena que muchos en la NFL conocen demasiado bien: Evans se levantó con lentitud, la mano izquierda apretando el hombro derecho, la mirada fija en el césped como si buscará respuestas en la hierba. El equipo médico lo rodeó en segundos. Lo ayudaron a caminar, pero apenas unos pasos. Un carrito lo recogió como si fuera un objeto frágil. Nadie habló. Solo el sonido de las botas sobre el césped y el eco de la multitud, confundida entre el alivio y el miedo.
Las primeras evaluaciones confirmaron lo peor: “Conmoción cerebral y lesión en el hombro”. No fue una rotura de tendón, como se especuló al principio. Tampoco fue un simple torcimiento. Era algo más profundo, más complejo. Algo que no se cura con hielo y descanso. Evans, de 31 años, había regresado tras tres partidos ausente por una lesión en el tendón de la corva —una señal de que su cuerpo ya no respondía como antes—, y ahora, justo cuando parecía recuperar su ritmo, el cuerpo lo traicionó de nuevo.
En el otro lado del campo, los Lions también jugaban con banderas rojas. Alim McNeill, quien no había puesto un pie en el campo desde la semana 15 de la temporada pasada tras romper el LCA, salió a la cancha como si nunca se hubiera ido. Su presencia en la línea defensiva fue un cambio de ritmo. Y Taylor Decker, tras dos semanas fuera por una lesión en el hombro, volvió a bloquear con la misma solidez que lo hizo en 2022. Ambos eran piezas clave que Detroit necesitaba —y que, por primera vez en semanas, tuvo disponibles.
Pero el verdadero rompecabezas estaba en la secundaria. Kerby Joseph, Terrion Arnold y Avonte Maddox seguían fuera por lesiones. Y ahora, sumado a eso, Brian Branch —el safety que había sido el último eslabón confiable— estaba suspendido. La NFL lo sancionó tras una pelea postpartido en Kansas City, donde lanzó un puñetazo que terminó con un jugador rival en el suelo. Su ausencia dejó un vacío que nadie en Detroit podía llenar. Ni con tácticas, ni con esfuerzo. Solo con su capacidad de leer el juego.
En medio de todo eso, el novato Emeka Egbuka —listado como cuestionable por una lesión en el tendón de la corva— fue activado. No fue una decisión improvisada. Fue una apuesta. Un equipo que no tenía alternativas, decidió confiar en quien menos experiencia tenía. Y él, apenas en su segundo año, entró al campo con el peso de una franquicia sobre sus hombros. Sin gritos, sin celebraciones. Solo con el casco puesto y la mirada al frente.