El suceso, en sí mismo, parece un punto final a una historia larga y compleja, llena de giros inesperados y décadas de investigación. La vida y muerte del recluso, un dato más en las estadísticas carcelarias, es solo la superficie de una trama más intrincada de lo que inicialmente se percibe. Los detalles son escalofriantes.
Sabrina Gonsalves y John Riggins, jóvenes estudiantes de la Universidad de California en Davis, desaparecieron el 20 de diciembre de 1980. Su camioneta, encontrada días después a kilómetros de Davis, fue el primer indicio de una tragedia inminente. Los cuerpos de la pareja, brutalmente asesinados, fueron hallados ocultos bajo unos matorrales. "Sus ojos y bocas habían sido cubiertos con cinta adhesiva y sus gargantas cortadas," reportó CBS News. Las investigaciones iniciales apuntaron hacia una agresión sexual contra Gonsalves y un golpe mortal en la cabeza de Riggins con un objeto afilado.
La investigación, plagada de imprecisiones y errores iniciales, se extendió por décadas. David Hunt y Doug Lainer fueron arrestados nueve años después, pero la evidencia de ADN de una colcha encontrada en la camioneta los exoneró tras tres años de prisión preventiva. La tecnología, en ese momento aún en desarrollo, no pudo ofrecer las respuestas que la justicia ansiaba.
No fue sino hasta el 2002 que Richard J. Hirschfield, un delincuente sexual convicto, fue vinculado al caso a través de una coincidencia de ADN. El juicio, que comenzó casi una década después de su identificación, incluyó una impactante nota de suicidio del hermano de Hirschfield, Joseph, que confesaba implícitamente la culpa de Richard, afirmándolo con la frase: “He estado viviendo con este horror durante 20 años” y “Richard cometió esos asesinatos, pero yo estaba allí.”
Condenado a muerte el 25 de enero de 2013 por dos cargos de asesinato en primer grado y uso de un arma de fuego, Hirschfield pasó sus últimos años en el corredor de la muerte de San Quentin. La declaración oficial de su muerte, por causas naturales a las 4:50 am del 16 de diciembre, cierra un capítulo de la historia criminal de California, dejando tras de sí un legado de dolor y la interrogante persistente de las fallas de un sistema judicial que tardó más de 30 años en resolver un caso tan brutal.