La jefa del Departamento de Policía de Nueva York, Jessica Tisch, describió el incidente durante una conferencia de prensa, calificándolo como "uno de los crímenes más perversos que se pueda cometer". Detalles escalofriantes emergieron poco a poco: una mujer, en la línea F del metro de Brooklyn, fue atacada sin previo aviso.
El sospechoso, un inmigrante guatemalteco que llegó a Estados Unidos en 2018, según información policial, actuó con una frialdad que ha estremecido a la ciudad. Según el reporte oficial, "se acercó tranquilamente a la víctima y utilizó lo que creemos era un encendedor para incendiar su ropa". La velocidad con la que las llamas envolvieron a la mujer fue impactante; los agentes que respondieron al llamado de emergencia solo pudieron constatar su muerte en el lugar.
La investigación, sin embargo, tuvo un giro inesperado. Aunque las cámaras de seguridad captaron al sospechoso con claridad —"se había quedado en el lugar, sentado en un banco en la plataforma", observando la escena— fue la alerta de tres estudiantes de secundaria la que condujo a su arresto en una estación de Manhattan. Este detalle, lejos de ser menor, resalta la importancia de la colaboración ciudadana en la lucha contra la delincuencia.
Las autoridades enfatizan que, aparentemente, la víctima y el agresor no se conocían. "No hubo interacción alguna entre los dos cuando ocurrió el incidente", afirmó el Departamento de Policía de Nueva York. El silencio, la frialdad del acto, y el posterior arresto, conforman una historia que seguramente quedará grabada en la memoria colectiva de la Gran Manzana.
El caso plantea interrogantes sobre la seguridad en el transporte público y la necesidad de fortalecer los protocolos de seguridad. A la vez, pone de manifiesto la importancia de la participación ciudadana y la eficacia de las tecnologías de vigilancia en la investigación criminal.