Este año, la Navidad llega con un sabor peculiar, un sabor a cambio, a incertidumbre y a una nueva realidad que se escribe día a día. El reciente ascenso al poder de la alianza islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) generó temores justificables entre las minorías religiosas, especialmente en la comunidad cristiana, que antes de la guerra civil representaba aproximadamente el 10% de la población, un porcentaje que ahora se estima en alrededor del 3% tras el exilio masivo. Sin embargo, la narrativa de esta Navidad es diferente a lo que muchos anticiparon.
“Cuando entraron al principio sinceramente nos asustamos, porque no los conocíamos y todo lo que nos solían decir sobre ellos era completamente lo opuesto,” confiesa Tsoler, una joven de 33 años, reflejando el sentimiento inicial de muchos en Aleppo. Su relato, sin embargo, da un giro inesperado. Los islamistas, contrariamente a las expectativas, están participando activamente en las festividades. Tsoler incluso relata con una sonrisa: “Empezaron a poner árboles con nosotros y se toman fotos con ellos antes que nosotros”.
Este inesperado giro de los acontecimientos se extiende más allá de las anécdotas personales. El gobierno interino de Siria, un detalle fundamental en este contexto, declaró los días 25 y 26 de diciembre como feriados oficiales para celebrar la Navidad, un gesto significativo que extiende una señal de tolerancia y aceptación.
Un imponente árbol navideño, casi esquelético, pero con la bandera de la nueva Siria ondeando en su cima, se alza en el barrio armenio de Aleppo, un símbolo de las esperanzas y las dudas que conviven en este momento histórico. Las guirnaldas adornan las tiendas, y los dulces típicos se lucen con la imagen de Papá Noel, un toque de familiaridad en medio del cambio.
Aunque la actitud de los rebeldes ha sido, por el momento, inesperadamente conciliadora, la realidad de Siria aún está lejos de la normalidad. La crisis económica agobia a la población, con la mayoría luchando contra la escasez, un problema que opaca el brillo navideño para muchos. "Ya casi es Navidad, pero la gente está sin plata," lamenta Tsoler, expresando la dura realidad que persiste bajo las luces festivas. La falta de servicios básicos, como la electricidad, y la ausencia de una presencia policial regular, añaden una capa extra de complejidad a esta inusual celebración navideña.
Mientras los niños del colegio católico cantan villancicos con entusiasmo alrededor de una profesora disfrazada de Papá Noel, la incertidumbre persiste. El padre Fadi Najjar, responsable del centro, admite un leve miedo por el desconocimiento de las nuevas autoridades, pero finaliza con una declaración de fe: "Nosotros, los cristianos, somos gente de esperanza". La Navidad en Aleppo, en el corazón de Siria, se celebra este año bajo una luz nueva, una luz que aún debe aclarar su futuro.