En una vivienda del barrio, justo después de la medianoche, un accidente con fuegos artificiales desencadenó un caos. Las autoridades, aún trabajando en la recopilación de datos precisos, confirman la gravedad del evento: al menos tres personas perdieron la vida y otras veinte sufrieron heridas de diversa consideración.
Las víctimas aún no han sido identificadas públicamente, protegiendo así su privacidad en un momento tan doloroso para sus seres queridos. Sin embargo, los primeros informes indican la magnitud del desastre. “Es muy, muy triste, nunca había visto algo así en un servicio médico de urgencias,” declaró Jim Ireland, jefe del servicio médico de urgencias de Honolulu, reflejando la conmoción generalizada entre los equipos de rescate.
La descripción de las lesiones por parte del supervisor paramédico de turno, Sunny Johnson, resulta escalofriante: “No solo fuego, sino también lesiones por explosión, muy similares a las que se ven en una explosión o una bomba… por lo que se ven posibles extremidades faltantes, personas alcanzadas por metralla.” Este testimonio subraya la potencia destructiva del incidente y la complejidad de las tareas de atención médica de emergencia.
El relato de un vecino que presenció los hechos aporta un toque humano a la noticia. “Escuché lo que parecía una explosión leve y giré mi teléfono para ver qué estaba pasando. Era una explosión leve y luego, cinco o diez minutos después, hubo mucho alboroto: ambulancia, bomberos, policía. Fue bastante trágico lo que sucedió,” comentó, describiendo también cómo intentó consolar a una madre desesperada buscando a su hijo herido.
La investigación policial continúa, intentando reconstruir la secuencia de eventos y determinar las causas exactas del accidente. Mientras tanto, la comunidad de Honolulu se enfrenta a la dura realidad de una celebración que terminó en tragedia, dejando tras de sí un saldo lamentable de pérdidas humanas y un profundo sentimiento de conmoción.