Los expertos Andrea Kendall-Taylor, Joseph Wright y Erica Frantz, autores del libro "The Origins of Elected Strongmen", señalan que la resistencia a líderes que socavan la democracia no proviene principalmente de la oposición, sino del partido en el poder. "El baluarte más importante contra un líder electo que socava la democracia proviene del partido gobernante, y particularmente de las élites poderosas dentro de ese partido", afirman en su investigación.
Su análisis, basado en datos de 30 años, revela que en partidos donde el líder ejerce un control desproporcionado, la posibilidad de un retroceso democrático aumenta significativamente. Este control, según los investigadores, afecta las instituciones, pues los miembros del partido priorizan su lealtad al líder individual sobre la reputación a largo plazo del partido. Esto crea una dinámica donde la élite política tolera, incluso apoya, los abusos de poder para proteger sus puestos.
El fenómeno se extiende más allá de la clase política. La aceptación de acciones antidemocráticas por parte de figuras prominentes del partido genera una aceptación pública entre los simpatizantes. Esta situación se agrava con la polarización, donde la defensa del propio bando prevalece sobre la defensa de los principios democráticos. "Incluso con un alto nivel de apoyo público a la democracia, las sociedades pueden deslizarse hacia un camino no democrático simplemente porque no quieren que el otro bando gane," advierten los académicos.
El caso de Donald Trump ilustra esta problemática. Durante su primer mandato, algunos republicanos clave evitaron un colapso democrático. Se destacan acciones como el rechazo de Mitch McConnell y Kevin McCarthy a posponer las elecciones de 2020, así como la resistencia de funcionarios republicanos a manipular los resultados electorales. La decisión de Mike Pence de no anular los resultados electorales fue crucial.
Sin embargo, el fortalecimiento del control de Trump sobre el Partido Republicano durante los últimos cuatro años ha generado preocupación. La ausencia de líderes dispuestos a desafiar su visión, la lealtad de muchos republicanos por el apoyo electoral recibido y la colocación de aliados en la dirección del Comité Nacional Republicano, sugieren un panorama complejo para la segunda administración Trump.
La confirmación del gabinete de Trump se vislumbra como una prueba decisiva. Nominaciones como la de Pete Hegseth al Departamento de Defensa o Tulsi Gabbard a la inteligencia, podrían ser puntos de inflexión. La inacción republicana frente a estas nominaciones podría acelerar un declive democrático, como ya se ha visto en otros países.
El estudio destaca que la clave reside en la voluntad de las élites republicanas de desafiar las acciones antidemocráticas de Trump. Aunque la ciudadanía tiene el poder de remover a los líderes en las urnas, la señal emitida por la pasividad de las élites partidarias puede modificar la percepción pública de lo que se considera aceptable dentro de la democracia, facilitando así el camino hacia el autoritarismo.
La reelección de Trump presenta una amenaza a la democracia, un riesgo que, según los autores, se origina en la debilidad institucional dentro del partido gobernante, en su vulnerabilidad al liderazgo personalista. La pregunta que queda en el aire es si las élites republicanas estarán a la altura de las circunstancias, como lo estuvieron en 2020.