La tensión acumulada durante meses parecía palpable, un peso en el aire que incluso el sol matutino no lograba disipar. Tras semanas de intensos combates, un alto el fuego, fruto de arduas negociaciones entre Egipto, Qatar y Estados Unidos, entró en vigor a las 11:15 am hora local. Pero la calma no llegó sin contratiempos. Una demora de último minuto por parte de Hamás, que retrasó el inicio casi tres horas, puso de manifiesto la fragilidad del acuerdo. Este retraso, según fuentes anónimas, se debió a “razones técnicas”, aunque alimentó los rumores sobre la complejidad de las negociaciones.
La liberación de los rehenes, punto central del acuerdo, comenzó con la entrega de los tres primeros: Romi Gonen (24 años), Emily Damari (28 años) y Doron Steinbrecher (31 años). Las imágenes, transmitidas en directo por Al Jazeera, mostraron a los tres caminando entre vehículos, rodeados de una multitud expectante y una escolta armada de Hamás. Gonen fue secuestrada en el festival de música Nova, mientras que Damari, con doble nacionalidad israelí y británica, y Steinbrecher, fueron secuestrados en el kibutz Kfar Aza.
Mientras las imágenes de la liberación se transmitían por el mundo, la noticia de la devolución de los cuerpos de Oron Shaul, soldado israelí muerto en la guerra de 2014, apareció como un rayo de esperanza. Su recuperación, tras una operación especial en Gaza, representa un gesto simbólico de importancia en medio del complejo contexto del alto el fuego.
Sin embargo, la aparente calma esconde una situación compleja. El alto el fuego, dividido en fases, plantea interrogantes sobre su duración y la liberación del resto de los rehenes. Además, la decisión de Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional israelí, de abandonar el gobierno en protesta por el acuerdo, genera incertidumbre política en Israel. Su salida debilita la coalición de Netanyahu, aunque no afecta directamente a la tregua.
El alto el fuego también tiene un costo humano inmenso. El Ministerio de Salud de Gaza reporta más de 46,000 palestinos muertos, mientras que en Israel, el ataque inicial de Hamás causó la muerte de más de 1,200 personas. La devastación en Gaza es inmensa; el 90% de la población ha sido desplazada y la reconstrucción, en caso de que el alto el fuego se mantenga, se vislumbra como un proceso de años.
Entre las celebraciones en Gaza, con familias regresando a sus hogares tras meses de desplazamiento y la destrucción palpable, se entremezclan la esperanza y la incertidumbre. El futuro, aún incierto, dependerá de las negociaciones de la segunda fase del alto el fuego.