La región, acostumbrada a los caprichos del clima, se vio sorprendida por la intensidad de los vientos de Santa Ana, que alcanzaron ráfagas de 102 mph en las montañas de San Diego, según reportes preliminares del Servicio Meteorológico Nacional. Esto, sumado a las condiciones excepcionalmente secas, creó el cóctel perfecto para un desastre.
Fue en el condado de San Diego donde la situación se tornó crítica. Tres incendios se desataron durante la madrugada: el Incendio Lilac, el más devastador; el Incendio Pala, y el Incendio Riverview, este último de menor envergadura.
El Incendio Lilac, que arrasó con 80 acres de terreno en Bonsall, una pequeña comunidad a unos 45 minutos al norte de San Diego, obligó a la evacuación de 86 residentes y causó daños en dos estructuras. "A las 8 a.m., el incendio estaba controlado en un 10%," informaron las autoridades. Mientras tanto, el Incendio Pala, que afectó 17 acres, fue contenido por los bomberos, levantando las órdenes de evacuación iniciales.
La situación no se limitó a San Diego. Casi la mitad de los 97,000 cortes de energía registrados en California por la mañana se concentraron en los condados vecinos de San Diego y Riverside. En el condado de Los Ángeles, aunque se logró cierto progreso contra los devastadores incendios de Palisades y Eaton, que ya habían destruido más de 15,000 estructuras y cobrado al menos 27 vidas, la alerta roja permanecía, alimentando el temor a nuevas igniciones.
El origen de estos incendios aún se investiga. La situación, sin duda, deja al descubierto la vulnerabilidad ante la fuerza de la naturaleza y la necesidad de una constante preparación ante estos eventos.
Los esfuerzos de los bomberos se concentraron en controlar el avance de las llamas, un trabajo titánico en medio de la furia del viento. Las escuelas permanecieron cerradas y el silencio de la noche fue reemplazado por el estruendo de las llamas y el trabajo incansable de los equipos de emergencia.