Redadas en Los Ángeles: migrantes viven encerrados por miedo al ICE

"Es como si viviéramos bajo toque de queda", confiesa Alberto, un salvadoreño de 60 años que lleva 15 años en EE.UU. y que ahora pasa sus días encerrado en una habitación alquilada. Su historia no es única: desde que comenzaron las redadas masivas a principios de junio, la comunidad indocumentada vive entre cuatro paredes, dependiendo de redes de apoyo para lo más básico.
Los datos oficiales del ICE revelan la magnitud de la operación:
Organizaciones como Clean trabajan contra reloj. "Llevamos comida a escondidas, como en tiempos de guerra", describe Norma Fajardo, cuya ONG atiende a trabajadores de autolavados. Los paquetes contienen lo esencial: frijoles, arroz, leche en polvo. La solidaridad es ahora el único salvavidas para quienes ni siquiera se atreven a ir a misa.
En un apartamento del centro, Marisol y doce familiares llevan semanas confinados. Las cortinas permanecen cerradas; los niños tienen prohibido acercarse a las ventanas. "Mis hijas salen a trabajar con el miedo pegado a la piel", cuenta esta hondureña que escapó de las maras para ahora enfrentar otra pesadilla. El Congreso acaba de inyectar 30,000 millones de dólares al ICE, lo que significa 10,000 agentes más patrullando calles.
Lo que queda es adaptarse. Las organizaciones migratorias hablan ya de "protocolos de supervivencia": números de emergencia tatuados en brazos, rutas alternas al trabajo, códigos secretos por WhatsApp. Mientras, en las calles vacías solo se escucha el rumor de botas contra el asfalto y el eco lejano de una pregunta: "¿Hasta cuándo?".