La sombra de la tristeza se extendió por el Congreso, pero la maquinaria política siguió su curso. El destino, como un guionista caprichoso, ya tenía escrita la siguiente escena: Sergio Carlos Gutiérrez Luna, un rostro conocido en el escenario político, se preparaba para asumir la presidencia de la Cámara de Diputados.
Gutiérrez Luna, un experimentado jugador en el tablero político, ya había saboreado las mieles del poder en la Legislatura anterior. Su regreso a la presidencia, sin embargo, no era una simple repetición de un acto ya visto. La muerte de Martínez le otorgaba un simbolismo especial, una especie de herencia política que lo obligaba a caminar en la línea trazada por su predecesora. La bancada morenista, fiel a su estrategia, respaldó con entusiasmo la candidatura de Gutiérrez Luna, confiando en su capacidad para liderar el Congreso en una etapa crucial. Su nombramiento, programado para el 8 de octubre, parecía una formalidad, respaldado por la mayoría calificada de la Cuarta Transformación en el Congreso.
La designación de Gutiérrez Luna no llegó sola. Dolores Padierna, la diputada que siempre ha estado en el centro de la acción, ocuparía la vicepresidencia de San Lázaro. Kenia López Rabadán, la voz del PAN, mantendría su posición como segunda vicepresidenta. El escenario, aunque con un nuevo protagonista, mantenía un equilibrio precario entre las fuerzas políticas.
La noticia de su postulación para la presidencia de San Lázaro llegó en un momento peculiar para Gutiérrez Luna. Tras una breve incursión en el terreno de la política local al considerar la gubernatura de Veracruz, decidió finalmente volver al terreno nacional. Su reelección como diputado federal, lejos de ser un retroceso, se convirtió en una oportunidad para continuar influyendo en la agenda legislativa desde su actual posición.
La transición, sin embargo, no estuvo exenta de emociones. El homenaje luctuoso a Ifigenia Martínez, una figura emblemática de la izquierda mexicana, fue un momento de recogimiento y reconocimiento a su legado. El silencio se apoderó del Congreso, interrumpido solo por las palabras de Gutiérrez Luna, quien destacó la profunda admiración que sus colegas le profesaban a Martínez. La lectura del discurso que Ifigenia Martínez tenía previsto pronunciar el 1 de octubre por parte de Gutiérrez Luna fue un momento emotivo que simbolizó la continuidad de su visión y sus ideales.