Recientemente, un hilo de historias escalofriantes ha emergido de sus arenas, historias que reflejan la vulnerabilidad de quienes buscan una vida mejor. El punto crítico parece ser Samalayuca, un paraje desolado a las afueras de Ciudad Juárez. Aquí, migrantes de diversas nacionalidades, principalmente venezolanos y ecuatorianos, han denunciado una ola de secuestros perpetrados por grupos criminales. Los testimonios son desgarradores, narrando situaciones de extrema vulnerabilidad y miedo.
“Nos levantó un grupo armado, pensé que iba a morir porque pedían por cada uno de nosotros cinco mil dólares. Sólo pudimos darles tres mil y fuimos liberados casi una semana después,” recuerda Willie, un migrante venezolano, en una entrevista con MILENIO. Su familia sufrió la misma pesadilla, un cautiverio de cinco días que culminó con el pago de un rescate. No es un caso aislado.
Michelle, otra víctima, corrobora la situación. Ella también fue liberada tras pagar una suma considerable. Los rescates, según los testimonios, oscilan entre los tres mil dólares, una cifra exorbitante para quienes ya han dejado atrás todo.
La ruta migratoria, en muchos casos, implica viajar ocultos en vagones de tren o camiones de pasajeros. Esta precariedad los expone a ser interceptados, ya sea en Samalayuca o al llegar a Ciudad Juárez. Linda, migrante ecuatoriana, relata su secuestro en Jiménez, un pueblo cercano, mientras viajaba escondida en un camión.
La incertidumbre se agrava con la proximidad del cambio de gobierno en Estados Unidos. Algunos migrantes, con la llegada inminente de Donald Trump al poder, sienten una urgencia por cruzar la frontera, intensificando la presión sobre ellos mismos y haciéndolos más vulnerables. Otros, por el contrario, optan por la migración pasiva, decidiendo quedarse en México, incluso frente a las dificultades. “Al menos aquí ya tenemos qué comer,” comentan algunos, reflejando una cruda realidad.
Los relatos describen un panorama desolador, donde la desesperación y la precariedad se entrelazan con la amenaza latente de la violencia. El desierto, en lugar de ofrecer un camino hacia la libertad, se convierte en un escenario de secuestros y extorsiones, dejando una huella imborrable en la vida de quienes buscan un futuro mejor.