Micaela Gámez enfrenta al dolor a cambio de vivir

Tras varios años de lucha, doña Panchita es una sobreviviente del cáncer de seno; una lucha que dejó marcada su vida y la de su familia

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Nogales.

Tras varios años de lucha, doña Panchita es una sobreviviente del cáncer de seno; una lucha que dejó marcada su vida y la de su familia.
El cáncer de seno no es sinónimo de muerte, hay muchas mujeres sobrevivientes, y para ello han tenido que enfrentar un tratamiento doloroso, que deja marcada su vida y la de su familia.
Esto le ocurrió a Micaela Gámez  Valenzuela, a quien le detectaron cáncer en el 2003, cuando tenía 58 años, su vida cambió en ese momento. Aún recuerda con dolor y lágrimas los efectos de las quimioterapias y la fe que nunca perdió pese al dolor.
Cuando le diagnosticaron cáncer no lo esperaba, tenía esperanza de que se tratara de otro padecimiento.
 Ese día fui sola a consulta al Seguro Social, el oncólogo me dijo tiene cáncer, no se describirte cómo me sentí y cómo salí; todo me daba vueltas, mis pies estaban en pozos, parecía que volaba y mis pies caían en hoyos”, comentó.
Siempre fue puntual en sus citas al médico familiar, siempre estuvo pendiente de sus citas para realizarse el papanicolaou, pero nunca se hizo una mamografía y fue hasta que empezó a tener síntomas (dolor en el pecho), que se animó a decirle al doctor, quien la revisó y le detectó una bolita.
Me dieron tratamiento por un mes y la bolita seguía igual y me envió con el oncólogo,  quien me dio también un tratamiento por un mes para ver si se me desvanecía y  la bolita permanecía igual”.
El oncólogo Lewis Murrieta Ubaldo confirmó la presencia de cáncer después de una biopsia que le realizaron. Cáncer, una palabra que duele y que hace pensar en lo cercana que es la muerte.
Cuando le dio el diagnóstico, describe el momento como algo muy difícil, sus ojos se pusieron llorosos pues le causa un inmenso dolor.
Doña Panchita, como la llaman, no dijo nada de su padecimiento, no quería que mortificar a su familia.
Fue hasta después de varios días que se lo dijo a una de sus hijas y después de una semana lo supo el resto de sus hijos.
Su familia de inmediato buscó una segunda opinión y con ayuda de sus hijos y familia en Estados Unidos, se trasladó a Tucson, Arizona, para buscar esa segunda opinión con la esperanza que dijeran que el diagnóstico por parte de los médicos del IMSS era incorrecto. Sin embargo no fue así, el diagnóstico era el mismo después de varios estudios.
En  Estados Unidos le recomendaron atenderse en Nogales Sonora, en el IMSS y con el mejor oncólogo de la ciudad, pues la institución cuenta con aparatos y tratamientos de primera para  tratar el padecimiento.
No conforme con ellos, su familia la llevó a Hermosillo, a un hospital de prestigio buscando un nuevo diagnóstico; de nuevo le realizaron una serie de estudios y la respuesta fue la misma y la recomendación de atenderse con el doctor Lewis no cambió.
Me dijeron que no había un oncólogo mejor que el doctor Lewis; fue entonces cuando se regresó con él y llevó todos los estudios que ya le habían realizado.
Era necesaria una operación, había que quitar la bolita y la tercera parte del pecho, pero la cita para ello era muy larga y el tiempo en estos casos era imprescindible.
Su familia decidió que la operación se realizara por fuera y de inmediato, su vida estaba en riesgo. La operación por medio particular costó más de 30 mil pesos.
Desde que me dijeron que había que operar, me puse en manos de Dios y dije que se haga tu voluntad, me encomendé a él”.
El cáncer aún estaba encapsulado cuando lo quitaron pero una glándula estaba afectada y necesitaba un tratamiento de seis quimioterapias y 25 radiaciones.
Las quimioterapias fue el proceso más difícil, comenta.
Las quimioterapias no se las deseo a nadie, porque es la cosa más fea, me sentí morir.
Ahí fue donde yo me sentí terriblemente mal, pasaba cuatro o cinco días sin saber de mí, no abría los ojos, me levantaban y me daban de comer, mi cuerpo no respondía es una sensación horrible, algo que no puedo describir.
No era yo hasta después del sexto día que empezaba a sentirse mejor”.
La quimioterapias se las daban en el IMSS de Hermosillo, en casa de unos familiares permanecía los primeros días y ya que se recuperaba la traían a Nogales, a su casa.
Ninguno de mis hijos me vieron así, fueron Coyo, Miguel y Panchita quienes me batallaron y sufrieron este proceso conmigo”.
Dice que si bien es cierto que se sentía apoyada,  sí necesitaba de sus hijos en estos momentos, jamás se los dijo y agradece todo el amor y lo que lucharon junto a ella, pero la sensación de su amor, su abrazo y apoyo lo necesitó en esos momentos en los que se moría en vida a causa de un tratamiento que serviría para devolverle la salud.
Quienes la ayudaron a pasar por estos momentos ya murieron y le dolió su partida, como perder a sus padres, porque la batallaron y estuvieron con ella en cama, la alimentaron, asearon y consolaron cuando no podía valerse por sí misma.
Fue después de la primera quimioterapia cuando empezó a caerse su cabello, cejas; era algo que no se podía evitar y usaba gorritos y pañuelos para cubrirse.

Radiaciones
Concluido el proceso de quimioterapia se trasladó a Obregón donde permaneció con sus consuegros para recibir radioterapias.
Estas no fueron dolorosas, sólo sentía algo caliente en mi pecho.
En ningún momento se dio por vencida, se puso en manos de su Dios y no renegó, siempre estuvo positiva ante la adversidad y con el pensamiento de que iba a aliviarse.
Duró en tratamiento 5 años y fue hasta después de 10 años que la dieron de alta y le dijo el doctor que era una sobreviviente de cáncer.

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