“Mañana vas a hacer una llamada al bullpen”, le advirtió Cora. La respuesta del lanzador dejó claro que no había lugar para discusiones: “No, no, no. Una. Va a ser directamente a Chappy”.
Y así fue. Crochet, un zurdo que parece sacado de otra época, entregó una actuación que resonará en la historia de los playoffs. Con 117 lanzamientos—la cifra más alta en un juego de postemporada en seis años—domó a los Yankees de Nueva York con una mezcla de potencia y control que dejó sin aliento a los más de 40,000 aficionados en el Fenway Park. Once ponches, cero bases por bolas y apenas cuatro hits permitidos en siete entradas y dos tercios. Una exhibición de dominación pura.
- Anthony Volpe logró romper el hechizo momentáneamente con un jonrón en la segunda entrada, pero fue el único respiro para Nueva York.
- Crochet retiró a 17 bateadores consecutivos antes de permitir otro hit.
- La remontada de Boston llegó en la octava, con un doble de Nick Sogard y un sencillo de dos carreras del bateador emergente Masataka Yoshida.
El momento definitivo llegó en el octavo inning. Con Austin Wells al bate y la cuenta llena, Crochet lanzó un
fastball de 100.2 mph que se coló en la esquina interna, a la altura de las rodillas. El umpire no dudó: strike tres.
“Por eso lo llamamos la bestia”, comentó después el campocorto
Trevor Story, mientras en el dugout los compañeros de Crochet estallaban en celebración.
Pero el partido no terminó ahí.
Aroldis Chapman, el cerrador estrella, heredó un noveno inning con bases llenas y sin outs. El cubano, conocido por su sangre fría, escapó del jamón con tres outs consecutivos—dos por ponche—para sellar la victoria 3-1.
“Esperamos poder continuar con eso”, dijo Cora en referencia a la estadística que favorece al ganador del primer juego en series de comodines. Los números no mienten: en las últimas 12 ocasiones, el equipo que abre con triunfo avanza. Diez de ellas, en barridas.
Mientras los Yankees analizan cómo contrarrestar a una bestia llamada Crochet, Boston sabe que tiene en sus manos no solo a un lanzador, sino a un hombre con la mirada fija en algo más grande. “Se podía ver en sus ojos antes del juego que deseaba esto mucho”, confesó Alex Bregman. Y esa hambre, al menos por una noche, fue imparable.
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